Víctor Jiménez

La mesa italiana

 

Rafael Medina Delgado: Entrada del cine Alcázar de Sevilla

 


La mesa italiana He aquí, por fin, sentados los actores contigo alrededor de la gran mesa. Todos con su papel en alma impresa. Presentes todos aunque los valores, los atiendas sin más o los ignores. El niño aquel con cara de sorpresa, el muchacho y la joven que lo besa por vez primera, aquellos desamores, el hombre de hoy, su sombra de mañana, la mujer que lo espera en la ventana y aquella otra que emprendió la huida... Sólo el reparto, apenas unos pocos, para leer, sin cámaras ni focos, el guión inacabado de tu vida.
UN PUENTE LEJANO Para Aquilino Duque Sobre el puente de ayer, el niño mira, bien abiertos los ojos al asombro, los trenes que hacia el mar o la meseta llevan sus ilusiones, sus deseos de aventuras, sus sueños más radiantes. Trenes que, lentos, van hacia el mañana. Sobre el puente de hoy, sin pulso la estación, abandonada, contempla solo el hombre, con la vista cansada de tantas despedidas, los coches que circulan bajo el arco como sombras fugaces. Coches que, raudos, cruzan el presente y nada llevan más que desencanto. Pero a quiénes y qué y adónde, un día, por vías en la niebla, en sus grises vagones llevarán los trenes misteriosos que aún pasen en silencio por debajo de este puente sin tiempo y sin memoria cuando cierre mis ojos el olvido.
SENDEROS DE GLORIA La última vez que yo te vi las piernas, morenas y radiantes por el sol y la brisa marina del verano, pedaleabas en tu bicicleta, sorpresa arriba y maravilla abajo, siguiendo tú la rueda del poniente. Y te fuiste alejando como un sueño y haciendo más pequeña poco a poco hasta difuminarte entre las luces... mientras yo, sin pudor, me recordaba subiendo lentamente por tus piernas, por esas mismas piernas deslumbrantes, hasta llegar, primero, a tus dos cimas y, después, ya sin freno, a tumba abierta, iniciar el descenso peligroso a la meta final que sabe a gloria.
EL GRAN GATSBY Para Juan Lamillar Por un amor de juventud perdido, por recobrar su corazón de nuevo, tras volver de una guerra con sus sombras curado ya de espanto y desaliento, traficando con todas sus miserias, alzó un palacio de dorados versos donde acudían cientos de invitados a ver si descubrían los secretos más ocultos de aquel advenedizo envuelto sabe quién en qué misterios. Transido de añoranza, ensimismado, en soledad, desde su embarcadero, cada tarde, miraba una luz verde brillando en la otra orilla de sus sueños, allí donde vivía la muchacha de tantas ilusiones y desvelos. Y creía alcanzarla con sus manos y acariciarla suave con sus dedos. Y, por fin, una tarde luminosa, bajo un intenso y cálido aguacero, cuando la joven menos lo esperaba, por sorpresa llegó su reencuentro. Después, atardeceres de aventura, de abrazos clandestinos y de besos... Mas vivir de nostalgias y querer revivir el pasado, y el deseo de volver y volver constantemente le fue a costar la vida como a un necio. Acabó el tiempo dándole la espalda. De un tiro en la esperanza fue muriendo con su nombre en la boca, Poesía, mientras del mundo el jazz se hacía dueño.
EL ÚLTIMO VIAJE Por distintas razones del alma y los latidos, andando llevo un tiempo a vueltas con la muerte. Ayer, en un incendio, y de repente y solo, falleció Rafael de Cózar en su casa. Allí donde ahora esté, por darle compañía, con él quisieron irse sus enseres queridos: sus poemas, sus cuadros, sus fotos, sus dibujos... y todos esos libros de su gran biblioteca. Mientras escribo, llueve. No deja de llover, como si el aguacero tratara de apagar estas llamas que aún arden en tantos corazones. Llueve, sigue lloviendo. Pero es tarde, muy tarde. Hoy, 13 de diciembre de este 2014 que va de despedida, desapacible y frío, irremediablemente de regreso a la nada, padre habría cumplido noventa y dos otoños. Hace ya nueve ausencias que murió entre sus hijos, después de unos tres meses de entereza ejemplar, en un único día, nuestro día del padre, aunque sigue alentando en todas esas cosas que también fueron siempre parte de su existencia. Sin mañana ni ayer, en cambio, madre vive muriendo cada día, como si fuera el último, en esa residencia de sombras donde todos los días son iguales en soledad y olvido, sin saber quiénes somos ni saber quién es ella, despojada de todo cuanto antes fue suyo, perdida entre la niebla espesa del alzhéimer lo mismo que una niña indefensa en la noche. Porque hay vidas que duran lo que quiere la muerte y muertes hay que duran lo que quiere la vida.
De La mesa italiana, Sevilla, Renacimiento, 2015.


 

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