María Dolores Almeyda

Poemas

 

Diego Velázquez: Sibila

 



Planes 

Atravesar el miedo
—no caer en su trampa—,
descubrir el poder de la sonrisa
intuir que la luz puede hacer sombras
ser el bicho y la paloma
aprender a amamantar con dos bocas
como la serpiente
cantar bajo la lluvia
devorar el hambre
devorar al hombre
—observar el esqueleto de lo que fue—.

Convertir en diurna la longitud del tiempo
prensar el hormigón entre los dedos 
ser la suela de tus propios zapatos
y el socavón desde el que observas
lo que va a suceder de aquí a mañana.
Y mientras
ser la poesía, los versos, el puñal,
el dolor, la palabra.

Atravesar el miedo, no caer en su trampa.


Letra a letra Mirado fijamente, poro a poro, el hombre no da miedo. Da risa. Y ver la poesía letra a letra, mirarla desde lejos, da miedo. Y da pereza. Hay que tener valor para subir su cuesta, su calvario, acercarse un poco nada más a su cornisa y arrojarse desde allí con las alas dispersas como las llevaría un gorrión recién herido.
Yo soy la poesía Quién soy yo, te preguntas, que osa interpretar con semejante audacia la majestad del árbol, la ciencia del gorrión, el destierro del gato, la clausura del tiempo, la soberbia del risco, la orfandad de los hombres... Yo soy la poesía. Sé que mi luz te llega. Que mi sombra te ciega. Sin darte cuenta pulsas el botón que me mantiene viva. No digas que no me ves. Y sobre todo no digas que no me mientes. Te toco, te persigo, te sostengo, aprendiste a hablar conmigo, a palpitar conmigo, a caminar por mis mismos laberintos, a enseñar esa sonrisa que no entiendes y a negar por tres veces la locura de un loco. He viajado a tu lado como un ciempiés herido y musité tu misma tentación en el centro del puente, me he metido contigo en tu cama, acaricié tus muslos y succioné tu sexo, bebí tu whisky y aspiré el delicioso humo de tus fantasías. Yo soy la poesía. No me niegues. Me has besado los labios muchas veces, has fingido creerte mis mentiras y has doblegado el impulso de alejarte. Me has dolido en el alma y en el cieno, te he provocado crisis, me has odiado, has sufrido conmigo mis insomnios. Te acompaño al mercado donde discuto contigo el precio de la vida y leo los titulares del periódico viejo y atrasado en el que envuelven tu sonrisa desangelada y pobre cuando te dan como pez muerto en la pescadería. Yo soy la poesía. Soy tu cielo y tu cieno. Tu ruina y tu gloria, tu riqueza, tu dolor, tu cobardía, tu llanto. Cuando te golpean y lloras, cuando ofendes o callas y cuando caes herido y te levantas, cuando no se oye tu voz, cuando crees que te humillas, yo soy el grito que otros rugen por ti porque estás muerto. Soy la blasfemia, el golpe, la caricia, la palabra de amor, el silencio, el viento y el reproche; soy la canción, el adagio, la peste y el perfume, la oración que congela el fuego del infierno. Donde quiera que vas allí estoy yo. Donde llegue tu mirada me estás viendo. Sobre vallas, cornisas y pateras, sobre muros, esteros, tulipanes, sobre guadañas negras y fronteras de miedo, sobre la orilla azul de la mañana y sobre el universo frío de la noche. Sobre la estrella perdida en la noche sin luna, sobre el guijarro inerte, sobre la plácida marea que dormita en la playa y sobre la consigna de muerte que planeas estoy yo. Yo soy la Poesía. Puedes verme.

 

Cabecera

Portada

Índice