Jesús Tortajada

Los campos de la tarde

 

Felix Valloton: La entrada a la Villa Beaulieu en Honfleur

 



LOS CAMPOS DE LA TARDE


				El corazón discurre sobre estos campos. 
				Lo llevan los ojos, los oídos, el olfato. Se hace sentido. 
				Lo sabe, lo acecha todo, lo espera todo.
				
						   	José Antonio Muñoz Rojas


Camina el corazón a ras del pecho,
a través de la zarza y el espino
se abre paso latiendo y no desmaya,
asido a un hueco solo se sostiene.
Y sin remedio el cuerpo sigue mustio,
como si fuera un árbol destinado
a sucumbir su resistencia, a ser
vencido a cualquier viento.
				   	    Entera pasa
mi vida por la tierra, entre hojas secas
se esparce la memoria mientras ando.

He detenido, entrada ya la tarde,
mi paso a pleno sol y a campo abierto
cuando se alzan frondosas inquietudes
y se mecen las dudas con la brisa.
Aquí, en medio del campo de la tarde, 
está la soledad brillando igual
que un astro con luz propia, los silencios
exhiben sus vistosos coloridos
y hay rocas esparcidas —o son sueños—
como trozos de pan que se olvidaron.
Pero mi paso ausente llega al borde,
a punto de caer en el abismo,
apresurándose al brocal inmenso
del pozo de la tarde. Como piedras
se despeñan los ojos al vacío
y hay miradas perdidas en el fondo,
sonidos de palabras de otros ecos
y oigo una voz lejana que aún pervive,
siempre hablando, en la sima de la tarde.
Desciende el sol al fin y deja el fiel
reflejo de su marcha, oscuras huellas,
en la alargada sombra de los olmos.
Y así el árido tiempo se despide
con un rumor de acústica tañendo,
acompasado, rítmico y cadente,
sobre el timbal reseco de la tarde.
Y esa voz me musita, susurrando,
el mensaje que se oye entre las hierbas,
como si el viento hablara a los rastrojos,
que me repite, una y otra vez, 
detente. Y tañe a ritmo mi latido,
laboriosa cadena de la sangre
o arácnidos tejiendo sin descanso,
en este vasto campo de la tarde.

He querido esperar a que el ocaso
extienda sobre mí su dulce sombra,
el sol ya va filtrándose en los chopos, 
lo veo tocar el aire entre las ramas
como un cuco de luz cuando atardece.

¿Tan lejos aún está el amor?, ¿por qué
veredas andará, por qué senderos?

Y el sol se queda atado a los racimos
de resistentes vides y olivares
mientras resuena el incansable rezo
de las cigarras.
		     	 Yo también acerco
ahora mis manos, palma contra palma,
y aunadas las apoyo muy despacio
en mis labios cerrados repitiendo,
junto a ellas, los cantos de alabanza.


 

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