Juan Manuel Macías

Sómata

 

Amedeo Modigliani: Desnudo rubio

 




Sómata

En la noche del medio del verano
hay una hora sumisa,
remando como baja fiebre,
como un instinto de soledad y carne.
Filos y vértigo, arterias soñadoras
que insisten en su selva de ancestros, la saliva
que sube, sube lamiendo piel y miedo
cuando las alcobas aún huelen a pintura fresca
y a ayer, y a vacío.

La noche es diáfana
y fina, igual que la vigilia, y silba
esa calle del mundo, lenta, exacta
piel lastrada de pasos o de estrellas.
Hay un afán atávico de apuntalar el cielo
y el largo mar de la conciencia, que arrastra
desechos, ropa usada, epítetos.

Hay canciones y papeles entregados al humo,
despojos de tertulias gravitando en aire,
risas o gritos fugaces, blancos como espaldas,
y un sexo pensativo donde se vacía vida y llanto.
La noche es un cascabel en los pies de las muchachas
y en sus pezones legendarios amarga el infinito.
Y todo es como una antigua mecánica largamente sabida,
un viejo celo por reconstruirlo todo,
moverse a tientas entre umbrales de deseo,
recorrer a solas las atormentadas ruinas del futuro.

En el verano del medio de la noche
hay parado un tren exquisito —¿desde cuándo?—
que sabe a tiempo, a sudor o a desespero,
y una hora que repica igual de solemne que la sed
para emprender de nuevo
el viaje, inacabado siempre, de los cuerpos.


				(Del libro inédito Emisarios.)
					

 

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