José Antonio Antón Pacheco

Rosas de Singapur en el Hotel Pentecostés

 

Anónimo: Etiquetas de hotel

 


Poema escenificado




Escena I

La escena representa un hotel de alta montaña. O bien un hotel en un lugar solitario, alejado de todo, incluso inhóspito. Una gran cristalera muestra al fondo el paisaje.

Salen dos camareros, hombre y mujer, y mientras hacen las faenas propias de los empleados de hotel, hablan entre ellos.

Camarero: Desde luego que hay gente extraña en el mundo. Según creo ha venido un huésped que dice haber encontrado un insólito mensaje y quiere que le expliquen su significado precisamente aquí, en el hotel Pentecostés.

Camarera: Pues a causa de esto ha llegado otro cliente que según cuenta él mismo lo ha convocado un amigo suyo para que le descifre un mensaje ininteligible. No hay duda de que tiene que haber relación entre ambos.

Camarero: ¿Y sabes tú algo de lo que puede tratar ese escrito?

Entra en ese momento el Recepcionista del hotel.

Recepcionista: Bueno, bueno, bueno. Albricias. Por fin tenemos clientes después de tan largo período de sequía. Y fijaos lo que os digo: me da igual el motivo que los ha traído hasta aquí. Si se trata de un mensaje secreto que se tiene que descifrar, pues estupendo. Que se descifre. El caso es tener clientes.

Camarera: ¿Pero sabe alguien cuál es el asunto realmente? Pues debe ser algo importante cuando uno se viene hasta este lugar. La verdad, tan apartado del mundo.

Recepcionista: Me imagino que terminaremos sabiendo eso que ahora nos resulta tan misterioso. Ninguna otra cosa se puede hacer aquí. Este es el lugar ideal para resolver misterios: un hotel apartado, tranquilo, solitario…

Camarero: Atalayo en el horizonte a otra persona que se acerca. (En efecto, a través de las grandes cristaleras del fondo se atalaya alguien que marcha hacia el hotel. Entra Sebastián con maleta o bolso de viaje.)

Sebastián: (Entrando en la escena.) Seguramente todos ustedes querrán saber qué me trae a este hotel perdido en cualquier sitio y alejado de cualquier sitio.

Recepcionista: Sí, en efecto, eso nos preguntamos.

Sebastián: Esta es la historia de los hechos. Hace unos días recibí una carta de mi viejo amigo Melchor en la que me citaba en este hotel, pues afirmaba que tenía algo muy importante que consultarme. Yo me presté con celeridad a presentarme, pues cómo no voy a acudir cuando me requiere mi viejo amigo Melchor. Aunque sea en este hotel destartalado y lejos de todo.

Camarero: Pero bueno, díganos de una vez qué solicitaba de usted Melchor. (En ese momento entra Melchor.)

Melchor: Yo se lo diré, camarero. Pero antes de nada ¡un abrazo, Sebastián, viejo amigo!

Sebastián: Un abrazo, Melchor. (Se abrazan.)

Melchor: Y usted, camarero, un abrazo también. (Se abrazan.) Y usted, camarera, un abrazo también (Se abrazan.) Y usted, recepcionista, un abrazo también. (Se abrazan.) Una vez cumplidas las formalidades me dispongo a contar el motivo por el que te he convocado, Sebastián, a este viejo hotel. (En ese momento entra Raquel, una mujer de mediana edad, vestida de una manera anticuada y con ropa ajada. Fuma en una larga boquilla.)

Camarero: Es Raquel, una inquilina que lleva años en este hotel y nadie sabe a qué se dedica ni de dónde procede.

Camarera: En realidad no sabemos nada de ella. Se limita a pasear por los pasillos y a dormir cada noche en una habitación distinta. Parece un fantasma.

Recepcionista: Más bien parece Raquel una espía que se ha refugiado en este hotel porque aquí se encuentra protegida de sus perseguidores. (Raquel se da una vuelta por el escenario y sale.) Raquel era una espía del imperio manchú.

Melchor: Pero volvamos a nuestro asunto. Se preguntarán por qué he venido a este lejano y destartalado hotel y por qué he citado aquí a mi viejo amigo Sebastián. Pero ¡cuidado! ¿Qué es lo que se atalaya? ¿Quién llega? (A través de la gran cristalera del fondo se atalaya cómo se va acercando una persona que se dirige al hotel. Este nuevo personaje, al que llamaremos Gaspar, entra con una bolsa de viaje en el salón de entrada del hotel donde están los demás. Cuando se da cuenta de que aquí se hallan Melchor y Sebastián se lleva una gran sorpresa y va inmediatamente a saludarlos.)

Gaspar: Melchor, Sebastián, vosotros aquí. No podía ni imaginármelo. ¡Qué maravilla!

Sebastián: Debe de haber una explicación para esta coincidencia. (En ese momento entra Raquel fumando un puro habano.)

Recepcionista: Ya tenemos otra vez a Raquel, la novia de Fu Man Chu.

Raquel: Así que usted es Melchor, y usted Gaspar, y usted Sebastián. Melchor, Gaspar y Sebastián. Claro, entonces ustedes son…los… ¡tres mosqueteros! (Entra el Director.)

Director: Antes de que comience la acción dramática tiene que haber flores de Singapur adornando las habitaciones del hotel Pentecostés. ¿Cómo  los actos y escenas si no hay rosas de Singapur?




Escena II

Están todos reunidos en el salón principal del hotel.

Melchor: Sin más dilación voy a comenzar mi relato. Cierto día, no hace mucho, recibí una misteriosa carta, epístola, misiva o billete, que de cualquier forma se puede decir. Abrí el sobre que contenía la carta, epístola, misiva o billete, que de cualquier forma se puede decir, y he aquí que me encuentro con un texto que me sorprende, me arrebata y me hunde en la perplejidad, una cosa después de otra. Seguramente se estarán preguntando qué decía la carta, epístola, misiva o billete, que de todas esas formas se puede decir.

Recepcionista: En efecto, me lo pregunto.

Camarero: En efecto, yo también me lo pregunto.

Camarera: En efecto, no voy a ser menos: me lo pregunto.

Baltasar: Y yo asimismo me lo pregunto.

Gaspar: Naturalmente, me lo pregunto.

Todos: Todos nos lo preguntamos. (Aparece Raquel fumando en pipa.)

Raquel: Hasta yo me lo pregunto. (Puede estar fumando o tomándose un helado de vainilla.)

Melchor: Pues el texto decía lo siguiente:

Estábamos todos en casa y de pronto alguien dijo: “Está nevando”.
Bajamos a la calle y vimos por primera vez caer la nieve; allí, en medio de la noche, lentamente, caía la nieve.

Era de noche y estábamos todos en casa. De pronto alguien se asomó a la ventana y dijo: “Está nevando”.

Más tarde vinieron el almocafre escarbando hondo la tierra, las algas de sabor acre, las ciudades sin nombre, los trenes sin ruta fija; después la niebla inundó el alma y los mirlos y milanos se volvieron locos. Y luego la fracción de las puentes; y la oscuridad del enebro en la playa. Luego el olvido, los signos y otra vez el olvido.

Entonces alguien dijo: “Está nevando”.

Ante esto ¿qué puedo hacer, qué puedo decir, cómo lo explico, qué interpretación le doy? Me acordé entonces de Sebastián, aquel Sebastián que lo escrutaba todo, el que lo desvelaba todo, el que entre líneas intrincadas sabía encontrar el significado más oportuno. Cogí mi vieja agenda, busqué tu dirección y te cité en este viejo y destartalado hotel.

Sebastián: Pero Melchor, esto es inaudito, sorprendente. No creerás lo que me ha sucedido.

Melchor: Yo sí te creeré.

Gaspar: Yo también te creeré.

Recepcionista: Y yo le creeré.

Camarero: Y yo asimismo le creeré.

Camarera: Asimismo, yo le creeré.

Raquel: Incluso yo le creeré.

Todos: Todos le creeremos.

Sebastián: Cuando me disponía a tomar el tren para venir a este viejo y destartalado hotel en respuesta a tu convocatoria, Melchor, me acerqué a una librería de lance para hacer tiempo y de paso comprar con lo que leer y distraerme durante el trayecto. Me acerqué a un anaquel, tomo un libro al azar de entre los cientos que, polvorientos, se amontonaban, lo abro y lo ojeo. ¿Y sabéis con lo que me encuentro?

Melchor: No, no lo sé.

Gaspar: No, no lo sé.

Recepcionista: Yo tampoco lo sé.

Camarero: Ni yo tampoco lo sé.

Camarera: Asimismo, yo tampoco lo sé.

Raquel: Ni siquiera yo lo sé.

Todos: Nadie lo sabe.

Sebastián: Pues ahora lo vais a saber porque lo que encontré entre las hojas del vetusto libro fue una cuartilla amarillenta por el paso del tiempo en la que con letra nerviosa y menuda estaba escrito lo siguiente:

Estábamos todos en casa y de pronto alguien dijo: “Está nevando”.
Bajamos a la calle y vimos por primera vez caer la nieve; allí, en medio de la noche, lentamente, caía la nieve.

Era de noche y estábamos todos en casa. De pronto alguien se asomó a la ventana y dijo: “Está nevando”.

Más tarde vinieron el almocafre escarbando hondo la tierra, las algas de sabor acre, las ciudades sin nombre, los trenes sin ruta fija; después la niebla inundó el alma y los mirlos y milanos se volvieron locos. Y luego la fracción de las puentes; y la oscuridad del enebro en la playa. Luego el olvido, los signos y otra vez el olvido.

Entonces alguien dijo: “Está nevando”.

Melchor: Y ahora solo falta que tú, Gaspar, nos cuentes cómo es que se te ha ocurrido acudir a este hotel apartado del mundo.

Gaspar: Mi caso es el más extraordinario de todos. (A partir de aquí esta escena debe de suponer una cierta ruptura con todo lo anterior. Es como la instauración de un ambiente distinto. Esto se podría llevar a cabo mediante un cambio de luces en el escenario.) Desde siempre una nostalgia imprecisa, indeterminada, se apoderaba de mí y hacía que me sintiera extraño, alejado, en tierra ajena. ¿Nostalgia de qué? ¿Añoranza de qué tiempo, de qué lugar? No lo sé, no lo podría precisar ni detallar. Pero una  nostalgia inmensa, una tristeza infinita me cubrían como una sombra cubre la parte soleada de un alma y la convierte en umbría también. En esos momentos tengo que huir y buscar el sitio que responda a la voz que desconozco y sin embargo añoro. Y entonces me dirigí a este hotel perdido, como si aquí fuera a encontrar lo que echo de menos y no sé qué es, pero que logra hundirme en la melancolía. He aquí el motivo de mi presencia. Pero algo más me ha sucedido, algo que aumenta más mi pasión de ánimo. Cuando subí a mi habitación a dejar mi impedimenta, y después de colgar la ropa abro el cajón de la mesilla de noche y me encuentro con un cuaderno de notas que, sin duda, algún otro viajero se ha dejado olvidado. Lo abro para buscar una dirección o teléfono con el que localizar al dueño de la agenda y en la primera página veo escrito lo siguiente:

Estábamos todos en casa y de pronto alguien dijo: “Está nevando”
Bajamos a la calle y vimos por primera vez caer la nieve; allí, en medio de la noche, lentamente, caía la nieve.

Era de noche y estábamos todos en casa. De pronto alguien se asomó a la ventana y dijo: “Está nevando”.

Más tarde vinieron el almocafre escarbando hondo la tierra, las algas de sabor acre, las ciudades sin nombre, los trenes sin ruta fija; después la niebla inundó el alma y los mirlos y milanos se volvieron locos. Y luego la fracción de las puentes; y la oscuridad del enebro en la playa. Luego el olvido, los signos y otra vez el olvido.

Entonces alguien dijo: “Está nevando”.




Escena III

Están todos reunidos. Sale entonces a escena el Director.

Director: Bienvenidos al hotel Pentecostés. Hemos adornado todas las habitaciones con rosas de Singapur, pues son las flores que mejor se adecuan al hotel Pentecostés. Pero quiero hacerles partícipes de algo extraordinario. Realmente me sucedió una cosa sorprendente. Cierto día de otoño paseaba yo por la playa cuando algo brillante vi flotar en la orilla. Me acerqué y entonces contemplé una botella que las olas habían traído hasta la arena. Cogí la botella y me di cuenta de que en su interior había un papel, un mensaje sin duda. ¡El mensaje de un náufrago! Rápidamente quité el tapón y extraje el mensaje. Y lo leí. ¿Y saben qué es lo que ponía en el papel del abandonado en el proceloso mar? ¿Se figuran realmente qué leyeron mis ojos? Pues decía el mensaje de la botella: vuelva usted mañana. ¿Alguien puede entender eso? Vuelva usted mañana. ¿Qué quiere decir eso: vuelva usted mañana? Sí, querido Melchor, vuelva usted mañana es lo que leí. Sí, querido Gaspar, vuelva usted mañana es lo que ponía el mensaje de socorro del náufrago. Sí, querido Sebastián, usted que lo escruta todo, ¿qué quiere decir vuelva usted mañana? (El Director sale de escena repitiendo “vuelva usted mañana, vuelva usted mañana”…)




Escena IV

Cambiamos de decorado. Ahora estamos en una noche lluviosa. En una carretera en medio de un bosque, un coche parado. Se ha extraviado. El conductor consulta un mapa de carreteras.

Conductor: ¡Vaya momento para perderse! Y este mapa no me aclara nada. Tendré que consultar con alguien. Pero con esta noche de boca de lobo, a quién voy a encontrar. (De pronto ve una luz que se acerca.) Ahí viene el Camarada errante, lo pararé y le consultaré. Por favor, me he perdido y no sé dónde me encuentro. Voy al hotel Pentecostés. ¿Me podría indicar la ruta más cercana?

Camarada errante: Si usted quiere ir al hotel Pentecostés lo mejor es que coja hacia el norte. (Le señala el norte.)

Viajero: Haré lo que me dice y tiraré para el norte.

Camarada errante: Pero lo mismo, al llegar al norte resulta que el hotel Pentecostés esta en el sur. (Señala el sur.)

Viajero: Entonces me dirigiré al sur.

Camarada errante: Aunque también es posible que se encuentre en el este. (Señala el este.)

Viajero: Iré entonces al este.

Camarada errante: Y una vez en el este creo que tendrá que tomar la ruta del oeste. (Señala el oeste.)

Viajero: En ese caso no tendré más remedio que marchar dirección oeste.

Camarada errante: Por último, encamínese por los siete caminos y en el octavo encontrará el hotel Pentecostés.

Viajero: De acuerdo, recorreré siete senderos y luego me encaminaré hacia el cruce de ocho senderos. Gracias, Camarada errante. (Sube en el automóvil para proseguir la marcha.)

Camarada errante: Y no olvide que el primer corte es el más profundo.




Escena V

En el comedor se disponen a cenar Melchor, Gaspar y Sebastián. Sirven la mesa el Camarero y la Camarera. El Recepcionista supervisa la operación.

Melchor: Ha sido un buen destino el que te ha enviado hasta aquí, Gaspar, pues sin duda tú también eres una persona capaz de desvelar el misterio de la carta que me han enviado y que tú mismo, por otro lado y por otra circunstancia, conoces.

Gaspar: ¿Pero a qué isla me conduce ese destino? Esa es la pregunta que siempre me hago y para la que nunca encuentro respuesta. Solo un eco que se lo va llevando el viento.

Sebastián: Gaspar, el buen hado que hasta aquí te ha traído sin duda te reserva esa misión: ayudarnos a encontrar el enigma planteado, que es tu propio enigma.

Melchor: Entre todos aportaremos la luz necesaria para la solución.

Gaspar: Me convoca una voz que no conozco, transito un trayecto que ignoro. (Se escucha una voz que viene de fuera: ¡Se ha perdido Raquel, se ha perdido Raquel!)

Todos: Vayamos a buscarla. (Salen todos. Tras la cristalera del fondo se ven todos los personajes buscando a Raquel.) ¡Raquel, Raquel! ¿Dónde estás, Raquel? ¿Dónde está la novia de Fu Man Chu, dónde está la espía del imperio manchú?

Uno: ¡Raquel, Raquel, aparece, déjate ver!

Otro: Raquel, por favor, ¿dónde te has metido?

Otro: Raquel, ven y te daremos arroz con leche. (Mientras todos la están buscando por detrás de la cristalera, sale al escenario Del que nunca más se supo.)

Del que nunca más se supo: (Dirigiéndose al público.) ¿Pero saben en verdad quién es Raquel? Raquel no es una espía del imperio manchú ni tampoco la novia de Fu Man Chu. La verdadera historia de Raquel es como sigue: era ella una famosa soprano que actuaba en los mejores teatros de ópera del mundo. Y una vez perdió la voz en el escenario mientras cantaba Ombra dolente e pallida (se escuchan compases de Ombra dolente e pallida.). O no, o no es esa la verdadera historia de Raquel. La verdadera historia de Raquel es un misterio, una sombra, una huella, un eco. Todos queremos saber qué sucedió con la vida de Raquel, pero cuando nos acercamos al relato la niebla lo inunda todo y todo se nos escapa y huye de nosotros el relato de los sucesos de la vida de Raquel. (Se escucha a lo lejos una voz que dice: Raquel, ven, tenemos para ti un ramo de rosas de Singapur.) Raquel es un alma en la que habita un secreto para el que no existe explicación. ¿Y sabéis cuál es la explicación? La explicación es una alondra que si nos acercamos a ella, emprende el vuelo y ya no vuelve. (Sale y entra Raquel. Mientras tanto, detrás de las cristaleras los demás siguen buscando a Raquel y se escuchan cosas como estas: Vuelve, Raquel, y podrás subir a lo alto de la Giralda; vuelve, Raquel, y te daremos chocolate para merendar.)

Raquel: Todas las interrogaciones se agolpan en mi alma. Canté Ombra dolente e pallida y no canté Ombra dolente e pallida. (Se escuchan compases de La Violetera.) Era una alondra y no era una alondra. Lo que me concierne son las marcas, los signos. Lo que me concierne son las huellas sobre la playa en la marea baja. Pero de todos los misterios del destino el más insondable es este que una vez encontré escrito sobre la arena:

Estábamos todos en casa y de pronto alguien dijo: “Está nevando”.
Bajamos a la calle y vimos por primera vez caer la nieve; allí, en medio de la noche, lentamente, caía la nieve.

Era de noche y estábamos todos en casa. De pronto alguien se asomó a la ventana y dijo: “Está nevando”.

Más tarde vinieron el almocafre escarbando hondo la tierra, las algas de sabor acre, las ciudades sin nombre, los trenes sin ruta fija; después la niebla inundó el alma y los mirlos y milanos se volvieron locos. Y luego la fracción de las puentes; y la oscuridad del enebro en la playa. Luego el olvido, los signos y otra vez el olvido.

Entonces alguien dijo: “Está nevando”.




Escena VI

Todos están en el escenario.

Camarero: ¡Por fin encontramos a Raquel!

Camarera: Bienvenida, Raquel.

Director: ¡Al fin recuperamos a Raquel! ¿Qué sería de este hotel sin Raquel?, ¿qué sería del hotel Pentecostés sin las rosas de Singapur?

Recepcionista: ¡Viva Raquel!

Melchor: Pero el encuentro de Raquel no nos debe de hacer olvidar el motivo que nos ha reunido en este hotel.

Gaspar: Pues ¡viva el motivo que nos ha reunido en este hotel y viva también Raquel!

Sebastián: Sí, que viva todo el mundo. (Entra Del que nunca más se supo.)

Del que nunca más se supo: Pero Raquel no es la novia de Fu Man Chu ni una espía del imperio manchú. (Sale.)

Raquel: Me perdí en el bosque y me encontré en el claro. Me perdí en el mar y me encontré en las islas. Nunca canté Ombra dolente e pallida y mi voz se oyó en el viento.




Escena VII

Es de noche y están todos reunidos dispuestos para la cena. Aunque se representan las acciones propias (poner la mesa, servir la comida, conversaciones informales, etc..) los actores actúan de forma hierática, fría, nada natural.

Gaspar: Camarero, por favor ¿me sirve la sopa?

Melchor: ¿Me sirve a mí también la sopa?

Sebastián: Por favor ¿me puede servir la sopa?

Camarero: Les serviré gustosamente la sopa, pero ¿han derramado ya 96 lágrimas?

Camarera: Para consumir la sopa en este hotel se precisa haber derramado 96 lágrimas.

Gaspar: ¿96 lágrimas?

Recepcionista: Es indispensable derramar 96 lágrimas.

Melchor: ¿Y por qué precisamente 96 lágrimas?

Camarero: 96 lágrimas es el precio que hay que pagar en este hotel.

Raquel: (Que estaba como al margen de todo.) 96 lágrimas es lo exigido por todo fielato que da acceso al hotel. (Entra Del que nunca más se supo.)

Del que nunca más se supo: (Dirigiéndose al público.) 96 lágrimas es un fuerte tributo. Me temo que no habrá sopa. (Sale.)

Sebastián: Camarero ¿me acerca el pan?

Camarero: A través de los bosques noruegos.

Sebastián: ¿Cómo?

Camarera: Mi compañero le quiere decir que el pan se encuentra a través de los bosques noruegos.

Melchor: ¡Qué absurdo! ¿Es que tendremos que ir a los bosques noruegos si queremos que nos sirvan pan?

Recepcionista: Sigan los hitos del camino hacia los bosques noruegos. Encaminad vuestros pasos hacia los bosques noruegos.

Raquel: ¡Qué locura es servir el pan sin haber recorrido los bosques noruegos!

Sebastián: Sin embargo, lo que ahora necesitamos es un buen vino, una buena botella de vino tinto. No discutiré de qué cosecha ni de qué tipo de uva, ni siquiera discutiré la denominación de origen. Solo quiero que sea un buen vino. Tampoco discutiré si Luis Ángel perdió el autobús o no, si hay nubes en el cielo o no. Solo pido que sea un buen vino tinto, aunque José Luis haya perdido el autobús y el cielo esté encapotado de nubes.

Camarero: Muy bien, les traeré una buena botella de vino, independientemente de que el cielo esté encapotado por oscuras nubes y de que Luis Ángel haya perdido el transporte público de manera irremediable. Mas antes he de decirle una cosa, y es la siguiente: tiene que mover los dedos al escribir.

Camarera: Tiene que mover los dedos al escribir.

Recepcionista: Tiene que mover los dedos al escribir. (Entra el Director.)

Director: (Dirigiéndose a los camareros.) Este es el hotel Pentecostés, el hotel que está adornado con rosas de Singapur. Nos encontramos en el hotel de las almas humildes. Se repartirá la sopa a las almas humildes. La carne y el pescado, para las almas humildes. El postre y el café, ora para las almas humildes, ora también para las almas humildes. Y si hoy no hay leche, las almas humildes podrán ver a  muchas millas.

Camarero y Camarera: Serviremos, pues, a las almas humildes.

Raquel: Servid el pan y la sal. (De modo hierático y silencioso, los camareros se disponen a servir la comida a los comensales. Aparece Del que nunca más se supo y se dirige al público.)

Director: Vamos, traed las rosas de Singapur. El hotel Pentecostés es el hotel de las rosas de Singapur.
 
Del que nunca más se supo: Tengo la impresión que esta cena va a resultar un poco anómala. (Sale.)

De pronto alguien, señalando hacia la gran cristalera del fondo, dice: ¡Mirad! Todos fijan la mirada en la cristalera y contemplan cómo en el exterior empieza

a
caer
la
nieve
al
mismo
tiempo
que
va
cayendo
lentamente
el
telón


F
I
N


 

Cabecera

Portada

Índice