Héctor Brioso Santos
“De cuyo nombre no quiero acordarme...”:
Cervantes y el Quijote en 2016
Es fácil que los españoles estemos ya un poco cansados de tanta
celebración cervantina como hemos conocido este año. Creo que todos
hemos visto alguna vez en televisión las lecturas primaverales
colectivas del Quijote y los ejemplares de esa novela en lenguas raras
se exponen en instituciones y bibliotecas. La publicidad es tan
abrumadora, que quien reconozca que no lo ha leído corre el riesgo de
ser considerado un verdadero hortera, un cateto y un mal español.
Aunque sospechamos que sus lectores son muchos menos de los que se
piensa, algunos famosos tienen la lección bien aprendida y no dejan de
cervantizar a troche y moche [1].
Las ediciones, charlas y conferencias llegan al paroxismo y el genial
escritor sobrevive apenas bajo un cúmulo de comentarios y opiniones de
toda suerte: ya nos advertía Unamuno sobre la “crítica eruditesca” [2],
mientras el maestro Azorín lo hacía acerca de la escolástica del
cervantismo [3], Américo Castro arremetió contra el “éter literario” que
rodea a Cervantes [4] y Andrés Trapiello ha llamado burlonamente
cervantistos a los especialistas [5]. El mismo Unamuno se consideró
quijotista y no cervantista y reivindicó la interpretación mística de
la gran novela y el quijotismo como nueva religión, con el sepulcro de
don Quijote como altar [6].
La sana crítica que aquí propongo contra los abusos hermenéuticos
equivale casi a la chusca unshamletisation propuesta por dos críticos
británicos para liberar al pobre Hamlet del lastre psicoanalítico que
acarrea desde los tiempos de Sigmund Freud [7], y es que los ingleses no
temen incurrir en mitoclasmo cuando de sus clásicos se trata. Sobre
todo, hay que echar doble o triple llave a las interpretaciones de
Unamuno y de algún orteguista —que no de Ortega y Gasset— como Julián
Marías, cuyos interminables escolios a las Meditaciones del Quijote de
1914 forman un libro paralelo, mucho más complicado que el original
cervantino u orteguiano que pretenden aclarar [8].
Seguramente, los lectores sin sentido del humor no deberían comentar
las novelas cervantinas. Ya sea por sus ambigüedades, por su cercanía,
por la sinceridad e intimidad con que Cervantes nos trata, los
ocultistas y los descifradores de claves han hecho presa en sus libros.
Es tópico ya recordar a Nicolás Díaz de Benjumea, con sus anagramas y
sus comentarios esotéricos de las obras de Cervantes [9]. Y hay un Quijote
alternativo, que deambula por Sanabria en lugar de por la Mancha [10]. En
cualquier caso el localismo es la seña de identidad de la cervantofilia
del siglo XIX, aunque hoy se disfrace de inversión y emprendimiento,
por ejemplo en la presentación del Quijote como “seña de identidad
universal” de la web oficial de la Comunidad manchega, donde se olvida
oportunamente que Cervantes eligió la zona por razones mucho menos
halagüeñas:
"Castilla-La Mancha es una de las regiones más conocidas universalmente,
gracias a las andanzas de Don Quijote de la Mancha, personaje creado
por la pluma de Miguel de Cervantes.
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote
de la Mancha, una figura que nos ha brindado la oportunidad de
proyectar internacionalmente nuestra región: una Castilla-La Mancha
moderna, abierta a la innovación, llena de oportunidades e idónea como
escenario de inversiones. Estamos preparando la conmemoración de la
publicación de la segunda parte en 2015. Con el fin de que se convierta
en un acontecimiento abierto que suscite el interés dentro y fuera de
nuestra región, a la vez que sirva para promover el desarrollo
económico y turístico de esta tierra llena de emprendedores,
hospitalaria, tolerante y comprometida con el crecimiento"
[11].
Entre Francia y España, Dominique Aubier defendió con ardor hace años
la lectura cabalística del Quijote y su protagonista como profeta
de Israel [12]; y, por estos pagos, no estamos tan lejos como pensamos de
la mitomanía franquista, que lo consideró nada menos que como “el libro
de España: de la España que, en Lepanto, salvó al mundo y se sacrificó
por un ideal”, porque, como el hidalgo orate, la Patria no hacía mucho
caso de las cosas prácticas [13]. Un vago y razonable unamunismo o
noventayochismo retrospectivo y melancólico persiste todavía en la
biografía de Trapiello, por ejemplo en una página memorable dedicada a
Esquivias:
"Hasta hace cuarenta años se ve que España era todavía cervantina, los
paisajes que recorrieron don Quijote y Sancho eran los mismos que los
que recorrieron Azorín, Solana o Unamuno. Hasta los años sesenta España
entera seguía siendo cervantina. Yo mismo la recuerdo así. Desde
entonces acá han acabado con esa pobreza, que era su principal
carácter, su alma misma, y lo hicieron por ese odio fiero que se tiene
aquí a todo lo elevado y singular. Lo terrible es que acabaron con la
pobreza de España, pero no la hicieron más rica. Cuando se visita
Esquivias ahora siente uno una gran depresión, lo recorre a toda prisa
y lo abandona sin mirar hacia atrás. A sus calles las llaman La Galatea
o calle Persiles y Segismunda, pero fuera de eso no hay nada que
recuerde a Cervantes, ni una esquina, ni una veleta ni unas bardas"
[14].
La manipulación posmoderna de la obra cervantina con fines
geoestratégicos, propagandísticos o simplemente sectarios es ahora una
tendencia de moda en algunas universidades norteamericanas, donde se
sostiene la absurda noción de un Cervantes americanista, un Quijote
caribeño o una Dulcinea indiana, por extraño que parezca [15].
Hay Quijotes romanceados, vertidos al latín y al esperanto y,
naturalmente, traducidos a todos los idiomas modernos. Teatralmente,
los montajes son innumerables y a menudo dudosos o simplemente
oportunistas, con las lógicas excepciones [16]. La autocrítica es rara,
pero, según Albert Boadella, director de Els Joglars, “la extinción de
la España cervantina, ha propiciado que el ejército de acomplejados
militantes de la modernidad escénica no haya escatimado esfuerzos para
convertir Alonso Quijano en un mindundis cualquiera”. Aclara que con
esa obra buscaba “hacer visibles determinados rasgos del auténtico
Quijote, enfrentándonos en desigual batalla a esta obsesión timadora
que caracteriza el momento artístico. Obviamente, aquel mundo singular
ya no es el nuestro, pero sigue siendo un goce indescriptible revivir,
sólo por unos instantes, algunos destellos de la novela y establecer
careos con el presente”. Y añade finalmente:
"Nuestro empeño nos sitúa fuera de la factoría vanguardista, pero
tampoco hacemos ningún esfuerzo en demostrar lo contrario. En la era de
la informática y la clonación, ¿no es disparatada quimera jugar ante un
puñado de ciudadanos con la pretensión de reproducirles miniaturas de
la vida pasada? Pues bien, para preparar semejante simulación hemos
empleado casi un año de nuestra vida. En este aspecto, nos sentimos
vinculados al retrato cervantino sobre la realidad, la ficción, el
desvarío o la cordura. Además, se da la paradoja que desde la escena
reproducimos acciones fingidas, pero que a menudo consiguen provocar
emociones auténticas, incluso mucho más intensas que la propia
realidad
[17].
Otra cosa es la petrificación del mito, que de cosa aérea y gaseosa
deviene objeto mineral, lápida o ídolo tangible. De hecho, Cervantes se
ha convertido en un monumento, en esa estatua que preside desde el
siglo XIX muchas plazas en casi todas las ciudades españolas (a todo
esto, la de San Sebastián es casi una miniatura...). Como tal fetiche,
es objeto de genuflexiones, desfiles y honores militares. Según
escribió con gracia Manuel Azaña, se le ha hecho “académico
post-mortem, cliente de los semanarios gráficos y miembro de los
institutos armados” [18]. No extraña que, en la apoteosis del folclore, un
ninot cervantino se salvara de la cremá valenciana de 2014 [19].
Y en torno a su monumento —con retrato falso incluido, que a lo peor es
de algún enemigo suyo [20] se ha acumulado una hojarasca de ediciones
bibliófilas [21], enciclopedias —con un Larousse del Quijote para niños—
exposiciones, folletos, actos culturales de medio pelo, montajes
teatrales de toda laya, cuentacuentos, eventos gastronómicos [22], rutas en
motocarro [23], premios vinícolas —el Tierra de Vinos, con tres Quijotes de
oro, plata y bronce—, los supermercados japoneses Donkijote o Donki
(ドン.キホーテ), academias de español, escuelas de escritura [24], una productora
musical alemana (QuiXote Music) y un local de rock en Denver,
Colorado [25], y bastantes productos alimenticios, desde la castiza gaseosa
La Cervantina hasta quesos manchegos artesanos, cafeterías, hostales,
pastelerías, los caprichos cervantinos —unos dulces de Alcalá de
Henares— y un tintorro Zervantes (sic), que pude probar en Polonia hace
unos años [26]. La cocina de los duelos y quebrantos de Chinchón podría
atosigar a Cervantes y nos estomaga, de paso, a nosotros [27].
Desde tres ángulos distintos, la autoayuda, el terror y el porno
acechan al desdichado escritor en forma de una sopa de frases célebres
y consejitos, ataques de zombies, erecciones y otras sorpresas. Una
página web especializada en ciencia-ficción, terror y misterio anuncia
así la novela Quijote Z:
"Nada es como nos contaron. El
Quijote Z, el libro que cambiará la historia, a la venta el 7 de
junio. ¿Pudo existir realmente una obra previa a aquella primera parte
del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha que Miguel de Cervantes
Saavedra llevó a la imprenta en el año 1605? ¿Y es verdaderamente
posible que en ella se presentase al hidalgo como “un hombre tan
obsesionado por las historias de zombis y de zombificados que se
contaban en las tierras donde habitaba, que decidió hacerse nada menos
que perseguidor de no-muertos, a la manera que se explicaba en dichos
libros”, tal y como se afirma categóricamente en algunos cenáculos
literarios? ¿Y quién era el tal Házael G. González, que firmó dicho
texto atribuyéndolo a Cervantes pero afirmando que lo que ese escritor
publicó finalmente fue una versión modificada y muy suavizada (en la
que don Quijote ya no quería ser matador de no-muertos, sino caballero
andante) de aquel primer texto original? ¿Y qué hay de cierto en las
fragmentarias historias, consideradas por muchos apócrifas, que narran
encuentros entre el mismo Cervantes y los muertos que andan,
justificando así la temprana afición del insigne escritor por ese
género?
Por primera vez en lengua castellana, se presenta en su forma íntegra y
completa el texto conocido comúnmente como
Quijote Z, tal y como el
misterioso Házael G. González lo dejó compuesto, a lo cual se añade un
relato de la aventura cervantina en Lepanto contra los zombificados, de
autoría apócrifa, y pulido y adecuado al lenguaje de nuestros días por
el profesor Gualberto G. Álvarez, catedrático de la asturiana
Universidad de Cerredo y especialista en zombis y demás especies de
no-muertos que ha habido a lo largo de la Historia"
[28].
Son conocidas la pésima película Don Cipote de la
Manga (1983) [29], la comedia Dean Quixote de Orion Walker (2000), el
fracasado proyecto cinematográfico de Terry Gilliam, The Man Who Killed
Don Quixote (iniciado en 2000), y el documental Lost in La Mancha
(2002) sobre el rodaje de Gilliam, escrito y dirigido por Keith Fulton
y Louis Pepe, Las locuras de don Quijote de Rafael Alcázar y Honor de
caballería de Albert Serra (ambas de 2006) o las películas de animación
3D Donkey Xote, dirigida por José Pozo (2007) y Las aventuras de don
Quijote de Antonio Zurera (2010). Algo más inaccesibles resultan el
delirante largometraje chino de acción Tang Ji Je De de Ah Gan (2010),
el incontinente dibujo animado Don Pichote de la Mancha (1971) o el
videojuego contemporáneo Don Cipote de la Cancha [30], sin entrar en las
muchas series de dibujos animados [31].
De la tumba ni se hable: la última broma de Cervantes parece ser el
imposible hallazgo de sus huesos entre los demás difuntos de una fosa
común emparedada en las Trinitarias madrileñas. Es como si el escritor
mismo se hubiera disuelto entre sus congéneres de la tumba conventual
para burlarse a la vez de los forenses ministeriales y de los
necrófilos literarios; o como si deseara seguir el camino de los otros
grandes hombres a los que Madrid ha dispersado y aniquilado a título
póstumo, que son prácticamente todos en una ciudad sin historia
reconocible. ¡Los españoles, de tanto ensalzar a mediocres, no sabemos
celebrar a los verdaderos genios!
Indudablemente, esos Cervantes adulterados, tardorrománticos o
simplemente oportunistas tienen ya poco que decirnos, pero ¿hay otro
autor del Quijote distinto, más desconocido, menos previsible y un
punto menos institucional y obligatorio en los días que corren? [32]
Naturalmente que sí: Cervantes se retrató de varias maneras en algunas
de sus obras tardías; sabemos que fue un hombre un tanto conflictivo y
esquinado ya en vida, y lo que es más importante: un refinado creador
de artificios literarios, un ingenioso inventor, en sus propias
palabras. Sobre las rarezas del hombre, podemos leer ahora algunas
biografías últimas, especialmente las preparadas por historiadores.
Porque sucede que los cervantistas hemos repasado ya muchas veces los
mismos documentos y hechos de la vida del novelista sin poder ofrecer
nuevas hipótesis sobre los puntos oscuros: los años de Argel, las
fechas de redacción de sus obras o las razones de una presunta vida
fracasada. Ya lo aclaró el citado Trapiello: “El hombre que tuvo una
vida llena de casi todo, pero que parece condenado a tener que
resignarse con biografías hechas de casi nada” [33]. En cambio, el
catedrático de historia José Martínez Millán, de la Universidad
Autónoma de Madrid, ha desvelado en un reciente congreso en Cáceres las
nulas posibilidades que tenía Cervantes de brillar como deseaba en la
Corte del segundo Felipe desde antes de su Galatea, en 1585, sus
pequeñas ambiciones y su constante fracaso.
En el otro extremo, el montaje teatral Pingüinas de Fernando Arrabal
incomodó en 2015 a sus espectadores con el espectáculo del comercio
erótico y la inteligencia de las Cervantas, es decir, las parientas del
autor, travestidas por Arrabal en moteras de Valladolid. Porque hace
tiempo que sabemos que esas diez mujeres se dedicaron al amor venal y
que las más entradas en años eran terceras de las jóvenes. Sin duda,
estos tratos debieron influir en las raras relaciones de Miguel con las
mujeres, y no menos recuerdos le quedarían de las mañas de su abuelo
Juan como abogado del fisco de la Santa Inquisición, ayudante del
inquisidor Lucero, teniente de corregidor, alcalde mayor y otros
puestos en Alcalá de Henares, Córdoba, Toledo, Cuenca o Guadalajara,
entre otros lugares. Los documentos lo pintan como un justicia
arbitrario y levantisco, pero astuto y hábil para torcer las leyes a su
favor. Notables fueron sus tercerías entre el mujeriego Duque del
Infantado y la bella gitana María Cabrera, una historia rocambolesca
que podría guardar relación con novelitas ejemplares como La gitanilla
o La ilustre fregona, en especial si recordamos que el Duque se
amancebó con María y le regaló después una posada para que dejara su
vida como volatinera de pueblo en pueblo. Y una generación más tarde,
el vástago ilegítimo de ambos, apodado justamente el Gitano, tendría
amores con la hija de Juan y tía de Cervantes, amores consentidos por
su astuto padre, que logró exprimir así la hacienda de los Mendoza. Así
lo indican los documentos exhumados por Krysztof Sliwa, Daniel
Eisenberg y otros estudiosos.
En fin, que nuestro hombre venía de una larga estirpe de judíos
listísimos que rodaron por las tierras entre Córdoba y la Mancha; que
sabía mucho de pleitos oportunistas y de mujeres de rompe y rasga que
vendían su belleza repetidamente al mejor postor, un negocio del que él
mismo terminaría viviendo. ¿Cómo no iba a ser un gran novelista de la
humana comedia quien había visto todo eso y mucho más en su propia
casa? Y, por lo demás, ¿cómo iba a casarse bien o a tener domicilio
fijo quien venía de semejante estirpe de balas perdidas como su tío
político Mendoza, de picapleitos que vivían a salto de mata como su
abuelo, de busconas como su tía, sus hermanas y su hija, o de cirujanos
itinerantes y acreedores perpetuos como su padre?
Pero, visto lo visto, vayamos mejor a sus libros: hay en ellos de todo,
desde anti-prólogos paródicos hasta personajes de una novela que se
inmiscuyen en otra distinta de la misma colección, desde pastores
acaudalados hasta hidalgos dementes (como el pariente de su mujer,
Catalina de Salazar), sin olvidar los analfabetos inteligentes, los
falsos gitanos, las presuntas fregonas, un polaco enamorado de una moza
zahareña como el Ortel Banedre del Persiles, varios pícaros por hobby,
ladrones arrepentidos de serlo, moriscos expulsados pero españolísimos,
señoritos indeseables, maleantes beatos, una española inglesa, un
hitchcockiano celoso extremeño... En fin, un cúmulo de retratos tan de
una pieza como inolvidables. Que yo recuerde, sólo Dickens, Galdós o
Chejov fueron capaces de una hazaña parecida y lo fueron gracias a
Cervantes, sin la menor duda.
Si dejamos a un lado las estupendas filaterías que los románticos y
Unamuno quisieron ver en el Ingenioso hidalgo, esa y otras novelas
contienen un almacén de humanidad, no porque sean trasuntos de personas
reales —que a lo mejor también—, sino por ser absolutamente creíbles en
sus humanísimas contradicciones: el bárbaro disforme que es Monipodio
tiene extraños escrúpulos y sus matones no permiten que se apague la
candelilla de su virgencita; el chulo Trampagos vela a su coima más
productiva con verdadera lástima, aunque sin olvidar ni por un momento
los buenos reales que le hizo ganar. Y el ejemplo supremo: don Alonso
Quijano el Bueno no tiene apellido ni edad fijos, pero come las mismas
lentejas que nosotros...
Esos son los valores, sobre todo literarios, que debemos buscar en las
novelas de Miguel de Cervantes. Porque el de Lepanto no escribía para
exaltar la moral de Trento como Mateo Alemán, ni para fustigar los
vicios y la bobería ajena como Quevedo, sino para celebrar la pura
invención novelesca, los libros de entretenimiento, la literatura como
juego “sin perjuicio de tercero” y su amor perenne, aunque frustrado,
por la poesía y el teatro. Logró así sustraerse al tenebrismo de la
época: no hallamos en sus obras juicios finales ni discursos
apocalípticos como los de Alemán, Suárez de Figueroa, Quevedo o
Gracián. Rehuyó el sermón y la alegoría y prefirió tratar a sus
personajes con simpatía, casi con afecto. Su familiaridad con el lector
es tal, que en sus prólogos le habla de tú a tú, invitándolo a
instalarse en la ficción como en su propia casa. Y, de hecho, desde
1605 todos nos mudamos al caserón de don Alonso Quijano en la primera
página de la gran novela. Siempre explico a mis alumnos que ese hidalgo
es el primer personaje de la novela universal cuya declaración de la
renta, dieta y fondo de armario conocemos al dedillo. Así, el llamado
Quijada o Quejana o Quesada resulta ser mucho más nuestro prójimo que
Lázaro de Tormes con su regusto a doctrina social y a anticlericalismo,
que el contradictorio Guzmán de Alfarache, que el desvitalizado Buscón
don Pablos y que todos los pícaros que en el mundo han sido, porque
mientras ellos nos sermonean o condenan implícitamente la sociedad en
la que viven, don Alonso lucha por ser don Quijote: una persona
completamente nueva, libre y hecha a la medida de sus deseos y sus
lecturas, es decir, eso mismo que muchos hemos querido ser alguna vez.
Porque el viejecito desdentado y diabético que remató las mejores
novelas del siglo XVII nos legó un repertorio de recursos narrativos de
primer orden y lo hizo sin la petulancia de los grandes de su tiempo.
Inventó, según mis cuentas, el relato policiaco y la novela gótica,
alumbró la narración en forma de caja china, pergeñó las más graciosas
parodias de los géneros novelísticos de moda en su tiempo e ideó —ahí
es nada— el primer suplemento literario o la primera historia de la
novela que conocemos en el “donoso y grande escrutinio” del capítulo
sexto del Ingenioso hidalgo [34]. Incluso la desmemoria de algún personaje
ayuda al narrador a inventar nuevos caminos para la ficción: Sancho
Panza transforma la carta de amor de su señor a Dulcinea, escrita en el
envés de una libranza de unos pollinos, en una grotesca parodia del
amor cortés. Otras veces los personajes encuentran maletas abandonadas
con otros libros en su interior —el Quijote es un verdadero libro de
libros, según ya viera Américo Castro— [35], de paso un recurso del que
echa mano Cervantes para dar publicidad a sus obras guardadas en un
arcón. Porque esa novela es a la vez “crítica y creación, escritura e
interrogación acerca de la escritura, texto que se construye sin dejar
de ponerse nunca él mismo en tela de juicio”, como escribió Juan
Goytisolo en sus Disidencias [36]. ¿A qué, si no, estos títulos de
capítulos: “Donde se cuenta lo que en él se verá” (II, IX) y “Donde se
cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero
entendimiento desta grande historia” (II, XXIV)?
Por eso también don Quijote, nada más comenzar la segunda parte de
1615, se interesa por la opinión que el primer lector de la novela
impresa sobre su vida, el bachiller Sansón Carrasco, tiene sobre él; y
después Cervantes entabla un juego parecido incluso con la falsa
segunda parte de Avellaneda, cuando hace proclamar a su escudero,
frente al falsario: “El verdadero Sancho Panza soy yo” (II, LXXII). Y
todo eso en una novela especular que se hace y se deshace ante
nosotros, en un relato que trata de cómo se escribe y se desescribe —o
se tacha maliciosamente— el relato mismo. Porque la magna obra está
llena de tantas tachaduras, reservas e intencionadas vueltas atrás que
debería publicarse con el título y el nombre del autor tachados o entre
paréntesis...
Pese a tantos trucos, el novelista sabía que era tal su capacidad de
sugestión realista, de evocación de lo real-real, que no dudó en frenar
esa novela en seco, con las espadas del Vizcaíno y don Quijote en alto,
para despertar a propósito nuestra incredulidad como lectores y
enfrentarnos con la búsqueda de su narrador por las traperías de Toledo
hasta encontrar el resto de la novela, escrito en el árabe original...
La broma es de tal calibre, que Unamuno llegó a la conclusión de que
don Quijote, disfrazado de Cide Hamete Benengeli, ¡era el verdadero
autor de la novela y Cervantes un mero escriba! [37]
La mayoría de los escritores actuales dice profesarle gran admiración,
quizás por quedar bien, pero si verdaderamente lo leyeran descubrirían
que sus relatos están llenos de trucos modernísimos o que, como dijo
una vez el mentado Goytisolo, la novela actual “cervantiza sin saberlo”
(Disidencias). Ese no es siempre el caso: el Pierre Menard de Borges es
un experimento cervantino y un sincerísimo homenaje. Y cuando leemos el
Quijote todos los que amamos la literatura querríamos ser Pierre Menard
para poder volver a escribir esa novela, para sernos y sabernos
mágicamente casi tan geniales como Cervantes.
Y, para terminar, unas pinceladas de bibliografía un tanto
anticervantista, heterodoxa y, por lo mismo, muy cervantina: por lo
pronto, encárese el lector con las novelas de Cervantes y léalas de una
buena vez, justamente como el mejor antídoto contra las beaterías de la
crítica literaria y los ditirambos de la cultura oficial; busque La
lozana andaluza de Francisco Delicado (Venecia, 1528) y se imaginará lo
que el Quijote podría hacer sido de haberse escrito en un país libre;
relea el retrato de Dickens por C. K. Chesterton, con sus elogios a los
personajes dickensianos, que valen igual para sus modelos cervantinos;
repase las obras incompletas de Juan Goytisolo, y sobre todo sus
ensayos sobre literatura; eche un vistazo a los Digestivos cervantinos
de Ignacio Padilla [38]; y, por último, inspire fuerte y asómese al Manual
de literatura para caníbales de Rafael Reig [39], que, aunque no devore a
Cervantes, sí demuestra que los escritores —y los críticos— son
antropófagos...
NOTAS
[1] Por ejemplo, el Presidente del Gobierno en funciones, don Mariano
Rajoy, afirma conocer bien no sólo la obra de Cervantes, sino la de
Ramón Llull, Juan de Mena, Diego de San Pedro, La Celestina y el
clásico tomo de Erasmo y España de Marcel Bataillon: véase “Rajoy y sus
negros literarios: lee a Llul, Bataillon y Riquer”, en
http://espiaenelcongreso.com/2016/03/18/rajoy-negros-literarios-lee-llull-bataillon-riquer/
[2] Vida de don Quijote y Sancho, Alberto Navarro, ed., Madrid, Cátedra, 1988, p. 136.
[3] “Epílogo, si se quiere”, en Con Cervantes, Madrid, Espasa, 1947, p. 212.
[4] Cervantes y los casticismos españoles, Madrid, Alianza/Alfaguara, 1974, p. 24.
[5] Las vidas de Miguel de Cervantes, Barcelona, Folio, 2004 [1993], p. 13. El gran Rafael Azcona fue más lejos cuando se negó inicialmente a adaptar el Quijote
para la escena: "Me da miedo porque los cervantistas son animales
peligrosísimos (citado por M. Scaparro en Rafael
Azcona-Imprescindibles, TV2, 20-6-14, minuto 30).
[6] Id., pp. 134 y 143-144.
[7] Veáse el libro de Simon Critchley y Jamieson Webster, The Hamlet Doctrine, Londres-New York, Verso, 2013.
[8] Madrid, Cátedra, s. a. Muchas ideas de Ortega en sus Meditaciones
del Quijote (1914) son, como suyas, fecundas aún hoy: así, por ejemplo,
el Quijote como libro-escorzo por su profundidad, que debe asimilarse
mediante un “intelligere” o un “leer pensativo”, frente a la lectura
superficial de la crítica (cit., p. 119).
[9] Últimamente reivindicado con buenas razones por Diego Martínez
Torrón, en “La polémica de Díaz Benjumea”, Sobre Cervantes, Alcalá de
Henares, CEC, 2003, pp. 115-124; también en la red:
http://cvc.cervantes.es/literatura/cervantistas/coloquios/cl_X/cl_X_28.pdf).
[10] Expuesto en los numerosos estudios de Leandro Rodríguez y en
alguna web turística, por caso:
http://photoxibeliuss.blogspot.com.es/2010/07/ruta-de-don-quijote-de-la-mancha.html
[11] http://www.castillalamancha.es/clm/unlugarparavisitar/tierradelquijote. Existe una colección de obras de erudición cervantina localista anunciada en http://tierradelquijote.blogspot.com.es/p/el-proyecto.html
[12] Véase su página: http://dominique-aubier.com/crbst_3.html
[13] José M.ª Pemán, La historia de España contada con sencillez,
Madrid, Homo Legens, 2010 [1950], p. 210. Y no se olvide que esa
editorial pertenece al Grupo Intereconomía.
[14] Las vidas..., p. 104.
[15] Como aclaro en mi trabajo “Tristes tópicos cervantinos: periferia
e identidad en algunos acercamientos posmodernos a Cervantes”, Anales
cervantinos, 44 (2012), pp. 247-278. Mucho más razonable es que la
ficción lleve a don Quijote a Buenos Aires, como, por ejemplo, ocurre
en la reciente novela de Claudia Daneu, El Ángel de don Quijote (Lulú,
2010).
[16] Véase la crónica: “Els Joglars traduce a su combativo lenguaje El
retablo de las maravillas”
(http://elpais.com/diario/2003/12/31/cultura/1072825202_850215.html).
[17] http://www.elsjoglars.com/produccion.php?idPag=manhattan; también
http://www.madridteatro.eu/teatr/entrevistas/entrevista090.htm
[18] La invención del Quijote y otros ensayos, Madrid, Asociación de Libreros de Lance, 2005 [1931], p. 71.
[19] “En un lugar de Valencia, de cuyo nombre quiero acordarme. El
enigma se desveló por fin y el Cervantes de la falla
Quart-Extramuros-Velázquez se convirtió en el Ninot indultat de 2014,
una emocionante victoria (...)”
(http://www.lasprovincias.es/v/20140316/valencia/cervantes-salva-fuego-20140316.html).
[20] Compárese el nivel de nuestras polémicas
anatómico-forense-cervantinas con la exposición “Searching for
Shakespeare” en la National Portrait Gallery de Londres (2006), y con
la propiedad del debate en The Guardian y TLS sobre los retratos de
Shakespeare (con varios artículos de Catherine Duncan-Jones y Germaine
Greer entre 2006 y 2011). En su día, la prensa española comentó la
escasez de los homejanes a Cervantes en 2016 con la abundancia de las
conmemoraciones inglesas de Shakespeare: así, Jesús Ruiz Mantilla, en
“Mucho Shakespeare y poco Cervantes”, El País, 27-1-2006
(http://cultura.elpais.com/cultura/2016/01/26/actualidad/1453827406_623379.html).
[21] A veces muy extrañas: se anuncia un carísimo Quijote Manuscrito y
Políglota en dos gruesos tomos en folio ampliado, con todos los
capítulos escritos a mano, cada uno de ellos por un cervantista o
admirador de la obra de Cervantes (un total de 126 personas),
traducidos a 67 idiomas —catalán, vasco, bable, mallorquín, gallego,
inglés, alemán, francés, italiano, quechua, persa, espanglish, latín,
malgache, amazigh, kurdo, árabe, hebreo, guaraní, armenio, etc.—, y con
prólogo del inevitable José Saramago (Guadalajara, Aache, 2016).
[22] Así, el alma de Cervantes tomó la forma de una oferta de tapa
literaria y un botellín de cerveza en la ruta Gastroletras, en el
llamado barrio de las Letras de Madrid, en enero de 2016. Véase también
http://viajar.elperiodico.com/25-rutas-gastronomicas-con-paradores/Centro/cocina_quijote.htm
[23] http://ahoraclm.com/2016/04/13/la-estrella-cervantes-hara-la-ruta-del-quijote-en-motocarro-desde-talavera/
[24] Por ejemplo, el Forum y Escuela de Escritores Alonso Quijano: http://www.culturalaq.es/escuela-de-escritores-aq/
[25] http://www.quixotes.com
[26] El Gremio de Hostelería de Alcázar de San Juan anunció en abril de
2014 El langostino andante, un evento de degustación
(http://www.grupobaco.com/el-grupo-baco-y-el-gremio-de-hosteleria-de-alcazar-de-san-juan-unidos-en-el-langostino-andante/).
[27] El blog Viaje kitschotesco a través de Internet de Emilio Quintana
desde Utrecht reúne algunos materiales curiosos:
http://kitschote.blogspot.com.es. No menos curiosa fue la exposición de
carteles publicitarios quijotescos:
http://www.albacity.org/quixote/exposiciones/don-quijote-mas-alla-cervantes-alcala.htm
[28] Hazael G. González, El ingenioso hidalgo zombie don Quijote de la
Mancha, ¿Palma de Mallorca?, Dolmen, 2010, del que el blog del
Bibliófilo enmascarado anuncia una reseña
(http://www.bibliofiloenmascarado.com/2010/08/12/leyendo-quijote-z-de-hazael-g/).
También anuncian un Lazarillo Z, oportunamente firmado por Lázaro
González Pérez de Tormes y subtitulado Matar zombies nunca fue pan
comido, una Androide Karenina, una Isla del tesoro Z, Orgullo y
prejuicio zombies y Sentido y sensibilidad y monstruos marinos (todo
en http://tienda.cyberdark.net/quijote-z-n18612.html). No sé qué
sea El ingenioso bachiller don Cipote de las Sanchas
(https://www.wattpad.com/story/975704-el-ingenioso-bachiller-don-cipote-de-las-sanchas)
y me intrigan especialmente dos carteles expuestos en la red: uno de
Don Cipote y Sancho Pajas
(http://desmotivaciones.es/2676007/Don-cipote-y-sancho-pajas) y otro de
Grand Theft Auto Lazarillo de Tormes (en
http://desmotivaciones.es/u/oculto). Lejos queda ya la Quijota
feminista, postestructuralista, protestataria y acompañada de un
Sancho-perro de Kathy Acker (Don Quixote: Which Was a Dream, 1986).
[29] Hay reseña en
http://aquivaletodo.blogspot.com.es/2013/03/don-cipote-de-la-manga.html.
El elemento quijotesco de En un lugar de la Manga, del dúo Manolo
Escobar-Mariano Ozores (1970) es aún más leve.
[30] https://www.youtube.com/watch?v=5MNPaH2M0lQ. Es útil el estudio de
Jorge Gorostiza, “Provenza, Crimea... La Mancha. El paisaje de Don
Quijote”, Nosferatu: Revista de cine, 50 (2005), pp. 55-64. Y puede
consultarse también el blog Diario de un cinéfilo clásico, con un
apartado sobre nuestras adaptaciones:
http://diariocinefiloclasico.blogspot.com.es/2014/02/don-quijote-en-el-cine-don-quijote-in.html No son raras, en fin,
las parodias de films conocidos en la red:
http://www.fotolog.com/vitki/16104769/
[31] Véase una muestra en http://quijote.tv/index.htm
[32] Junto al quijotismo de brocha gorda ya desgranado más arriba, hay
acercamientos historicistas tan loables como el Quijote interactivo de
la Biblioteca Nacional: http://quijote.bne.es/libro.html
[33] Las vidas..., cit., p. 17.
[34] Unamuno pasó por alto este capítulo por considerarlo “crítica
literaria que debe importarnos muy poco”, en la entradilla más breve de
todo su libro (Vida, p. 192).
[35] “La palabra escrita y el Quijote”, Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 1958.
[36] “Lectura cervantina de Tres tristes tigres”, Disidencias, Madrid, Taurus, 1992, p. 235.
[37] Vida..., p. 525. El pasaje no tiene desperdicio y ha merecido un sinfín de comentarios...
[38] México, D. F., Universidad Iberoamericana, 2013.
[39] Barcelona, Debate, 2006.
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