Héctor Brioso Santos

“De cuyo nombre no quiero acordarme...”: 

Cervantes y el Quijote en 2016


 

Walter Crane: D. Quijote y los cabreros

 


 

Es fácil que los españoles estemos ya un poco cansados de tanta celebración cervantina como hemos conocido este año. Creo que todos hemos visto alguna vez en televisión las lecturas primaverales colectivas del Quijote y los ejemplares de esa novela en lenguas raras se exponen en instituciones y bibliotecas. La publicidad es tan abrumadora, que quien reconozca que no lo ha leído corre el riesgo de ser considerado un verdadero hortera, un cateto y un mal español. Aunque sospechamos que sus lectores son muchos menos de los que se piensa, algunos famosos tienen la lección bien aprendida y no dejan de cervantizar a troche y moche [1].

Las ediciones, charlas y conferencias llegan al paroxismo y el genial escritor sobrevive apenas bajo un cúmulo de comentarios y opiniones de toda suerte: ya nos advertía Unamuno sobre la “crítica eruditesca” [2], mientras el maestro Azorín lo hacía acerca de la escolástica del cervantismo [3], Américo Castro arremetió contra el “éter literario” que rodea a Cervantes [4] y Andrés Trapiello ha llamado burlonamente cervantistos a los especialistas [5]. El mismo Unamuno se consideró quijotista y no cervantista y reivindicó la interpretación mística de la gran novela y el quijotismo como nueva religión, con el sepulcro de don Quijote como altar [6].

La sana crítica que aquí propongo contra los abusos hermenéuticos equivale casi a la chusca unshamletisation propuesta por dos críticos británicos para liberar al pobre Hamlet del lastre psicoanalítico que acarrea desde los tiempos de Sigmund Freud [7], y es que los ingleses no temen incurrir en mitoclasmo cuando de sus clásicos se trata. Sobre todo, hay que echar doble o triple llave a las interpretaciones de Unamuno y de algún orteguista —que no de Ortega y Gasset— como Julián Marías, cuyos interminables escolios a las Meditaciones del Quijote de 1914 forman un libro paralelo, mucho más complicado que el original cervantino u orteguiano que pretenden aclarar [8].

Seguramente, los lectores sin sentido del humor no deberían comentar las novelas cervantinas. Ya sea por sus ambigüedades, por su cercanía, por la sinceridad e intimidad con que Cervantes nos trata, los ocultistas y los descifradores de claves han hecho presa en sus libros. Es tópico ya recordar a Nicolás Díaz de Benjumea, con sus anagramas y sus comentarios esotéricos de las obras de Cervantes [9]. Y hay un Quijote alternativo, que deambula por Sanabria en lugar de por la Mancha [10]. En cualquier caso el localismo es la seña de identidad de la cervantofilia del siglo XIX, aunque hoy se disfrace de inversión y emprendimiento, por ejemplo en la presentación del Quijote como “seña de identidad universal” de la web oficial de la Comunidad manchega, donde se olvida oportunamente que Cervantes eligió la zona por razones mucho menos halagüeñas:

"Castilla-La Mancha es una de las regiones más conocidas universalmente, gracias a las andanzas de Don Quijote de la Mancha, personaje creado por la pluma de Miguel de Cervantes. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, una figura que nos ha brindado la oportunidad de proyectar internacionalmente nuestra región: una Castilla-La Mancha moderna, abierta a la innovación, llena de oportunidades e idónea como escenario de inversiones. Estamos preparando la conmemoración de la publicación de la segunda parte en 2015. Con el fin de que se convierta en un acontecimiento abierto que suscite el interés dentro y fuera de nuestra región, a la vez que sirva para promover el desarrollo económico y turístico de esta tierra llena de emprendedores, hospitalaria, tolerante y comprometida con el crecimiento" [11].

Entre Francia y España, Dominique Aubier defendió con ardor hace años la lectura cabalística del  Quijote y su protagonista como profeta de Israel [12]; y, por estos pagos, no estamos tan lejos como pensamos de la mitomanía franquista, que lo consideró nada menos que como “el libro de España: de la España que, en Lepanto, salvó al mundo y se sacrificó por un ideal”, porque, como el hidalgo orate, la Patria no hacía mucho caso de las cosas prácticas [13]. Un vago y razonable unamunismo o noventayochismo retrospectivo y melancólico persiste todavía en la biografía de Trapiello, por ejemplo en una página memorable dedicada a Esquivias:

"Hasta hace cuarenta años se ve que España era todavía cervantina, los paisajes que recorrieron don Quijote y Sancho eran los mismos que los que recorrieron Azorín, Solana o Unamuno. Hasta los años sesenta España entera seguía siendo cervantina. Yo mismo la recuerdo así. Desde entonces acá han acabado con esa pobreza, que era su principal carácter, su alma misma, y lo hicieron por ese odio fiero que se tiene aquí a todo lo elevado y singular. Lo terrible es que acabaron con la pobreza de España, pero no la hicieron más rica. Cuando se visita Esquivias ahora siente uno una gran depresión, lo recorre a toda prisa y lo abandona sin mirar hacia atrás. A sus calles las llaman La Galatea o calle Persiles y Segismunda, pero fuera de eso no hay nada que recuerde a Cervantes, ni una esquina, ni una veleta ni unas bardas" [14].

La manipulación posmoderna de la obra cervantina con fines geoestratégicos, propagandísticos o simplemente sectarios es ahora una tendencia de moda en algunas universidades norteamericanas, donde se sostiene la absurda noción de un Cervantes americanista, un Quijote caribeño o una Dulcinea indiana, por extraño que parezca [15].

Hay Quijotes romanceados, vertidos al latín y al esperanto y, naturalmente, traducidos a todos los idiomas modernos. Teatralmente, los montajes son innumerables y a menudo dudosos o simplemente oportunistas, con las lógicas excepciones [16]. La autocrítica es rara, pero, según Albert Boadella, director de Els Joglars, “la extinción de la España cervantina, ha propiciado que el ejército de acomplejados militantes de la modernidad escénica no haya escatimado esfuerzos para convertir Alonso Quijano en un mindundis cualquiera”. Aclara que con esa obra buscaba “hacer visibles determinados rasgos del auténtico Quijote, enfrentándonos en desigual batalla a esta obsesión timadora que caracteriza el momento artístico. Obviamente, aquel mundo singular ya no es el nuestro, pero sigue siendo un goce indescriptible revivir, sólo por unos instantes, algunos destellos de la novela y establecer careos con el presente”. Y añade finalmente:

"Nuestro empeño nos sitúa fuera de la factoría vanguardista, pero tampoco hacemos ningún esfuerzo en demostrar lo contrario. En la era de la informática y la clonación, ¿no es disparatada quimera jugar ante un puñado de ciudadanos con la pretensión de reproducirles miniaturas de la vida pasada? Pues bien, para preparar semejante simulación hemos empleado casi un año de nuestra vida. En este aspecto, nos sentimos vinculados al retrato cervantino sobre la realidad, la ficción, el desvarío o la cordura. Además, se da la paradoja que desde la escena reproducimos acciones fingidas, pero que a menudo consiguen provocar emociones auténticas, incluso mucho más intensas que la propia realidad [17].

Otra cosa es la petrificación del mito, que de cosa aérea y gaseosa deviene objeto mineral, lápida o ídolo tangible. De hecho, Cervantes se ha convertido en un monumento, en esa estatua que preside desde el siglo XIX muchas plazas en casi todas las ciudades españolas (a todo esto, la de San Sebastián es casi una miniatura...). Como tal fetiche, es objeto de genuflexiones, desfiles y honores militares. Según escribió con gracia Manuel Azaña, se le ha hecho “académico post-mortem, cliente de los semanarios gráficos y miembro de los institutos armados” [18]. No extraña que, en la apoteosis del folclore, un ninot cervantino se salvara de la cremá valenciana de 2014 [19].

Y en torno a su monumento —con retrato falso incluido, que a lo peor es de algún enemigo suyo [20] se ha acumulado una hojarasca de ediciones bibliófilas [21], enciclopedias —con un Larousse del Quijote para niños— exposiciones, folletos, actos culturales de medio pelo, montajes teatrales de toda laya, cuentacuentos, eventos gastronómicos [22], rutas en motocarro [23], premios vinícolas —el Tierra de Vinos, con tres Quijotes de oro, plata y bronce—, los supermercados japoneses Donkijote o Donki (ドン.キホーテ), academias de español, escuelas de escritura [24], una productora musical alemana (QuiXote Music) y un local de rock en Denver, Colorado [25], y bastantes productos alimenticios, desde la castiza gaseosa La Cervantina hasta quesos manchegos artesanos, cafeterías, hostales, pastelerías, los caprichos cervantinos —unos dulces de Alcalá de Henares— y un tintorro Zervantes (sic), que pude probar en Polonia hace unos años [26]. La cocina de los duelos y quebrantos de Chinchón podría atosigar a Cervantes y nos estomaga, de paso, a nosotros [27].

Desde tres ángulos distintos, la autoayuda, el terror y el porno acechan al desdichado escritor en forma de una sopa de frases célebres y consejitos, ataques de zombies, erecciones y otras sorpresas. Una página web especializada en ciencia-ficción, terror y misterio anuncia así la novela Quijote Z:

"Nada es como nos contaron. El Quijote Z, el libro que cambiará la historia, a la venta el 7 de junio. ¿Pudo existir realmente una obra previa a aquella primera parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha que Miguel de Cervantes Saavedra llevó a la imprenta en el año 1605? ¿Y es verdaderamente posible que en ella se presentase al hidalgo como “un hombre tan obsesionado por las historias de zombis y de zombificados que se contaban en las tierras donde habitaba, que decidió hacerse nada menos que perseguidor de no-muertos, a la manera que se explicaba en dichos libros”, tal y como se afirma categóricamente en algunos cenáculos literarios? ¿Y quién era el tal Házael G. González, que firmó dicho texto atribuyéndolo a Cervantes pero afirmando que lo que ese escritor publicó finalmente fue una versión modificada y muy suavizada (en la que don Quijote ya no quería ser matador de no-muertos, sino caballero andante) de aquel primer texto original? ¿Y qué hay de cierto en las fragmentarias historias, consideradas por muchos apócrifas, que narran encuentros entre el mismo Cervantes y los muertos que andan, justificando así la temprana afición del insigne escritor por ese género?

Por primera vez en lengua castellana, se presenta en su forma íntegra y completa el texto conocido comúnmente como Quijote Z, tal y como el misterioso Házael G. González lo dejó compuesto, a lo cual se añade un relato de la aventura cervantina en Lepanto contra los zombificados, de autoría apócrifa, y pulido y adecuado al lenguaje de nuestros días por el profesor Gualberto G. Álvarez, catedrático de la asturiana Universidad de Cerredo y especialista en zombis y demás especies de no-muertos que ha habido a lo largo de la Historia" [28].

Son conocidas la pésima película Don Cipote de la Manga (1983) [29], la comedia Dean Quixote de Orion Walker (2000), el fracasado proyecto cinematográfico de Terry Gilliam, The Man Who Killed Don Quixote (iniciado en 2000), y el documental Lost in La Mancha (2002) sobre el rodaje de Gilliam, escrito y dirigido por Keith Fulton y Louis Pepe, Las locuras de don Quijote de Rafael Alcázar y Honor de caballería de Albert Serra (ambas de 2006) o las películas de animación 3D Donkey Xote, dirigida por José Pozo (2007) y Las aventuras de don Quijote de Antonio Zurera (2010). Algo más inaccesibles resultan el delirante largometraje chino de acción Tang Ji Je De de Ah Gan (2010), el incontinente dibujo animado Don Pichote de la Mancha (1971) o el videojuego contemporáneo Don Cipote de la Cancha [30], sin entrar en las muchas series de dibujos animados [31].

De la tumba ni se hable: la última broma de Cervantes parece ser el imposible hallazgo de sus huesos entre los demás difuntos de una fosa común emparedada en las Trinitarias madrileñas. Es como si el escritor mismo se hubiera disuelto entre sus congéneres de la tumba conventual para burlarse a la vez de los forenses ministeriales y de los necrófilos literarios; o como si deseara seguir el camino de los otros grandes hombres a los que Madrid ha dispersado y aniquilado a título póstumo, que son prácticamente todos en una ciudad sin historia reconocible. ¡Los españoles, de tanto ensalzar a mediocres, no sabemos celebrar a los verdaderos genios!

Indudablemente, esos Cervantes adulterados, tardorrománticos o simplemente oportunistas tienen ya poco que decirnos, pero ¿hay otro autor del Quijote distinto, más desconocido, menos previsible y un punto menos institucional y obligatorio en los días que corren? [32]

Naturalmente que sí: Cervantes se retrató de varias maneras en algunas de sus obras tardías; sabemos que fue un hombre un tanto conflictivo y esquinado ya en vida, y lo que es más importante: un refinado creador de artificios literarios, un ingenioso inventor, en sus propias palabras. Sobre las rarezas del hombre, podemos leer ahora algunas biografías últimas, especialmente las preparadas por historiadores. Porque sucede que los cervantistas hemos repasado ya muchas veces los mismos documentos y hechos de la vida del novelista sin poder ofrecer nuevas hipótesis sobre los puntos oscuros: los años de Argel, las fechas de redacción de sus obras o las razones de una presunta vida fracasada. Ya lo aclaró el citado Trapiello: “El hombre que tuvo una vida llena de casi todo, pero que parece condenado a tener que resignarse con biografías hechas de casi nada” [33]. En cambio, el catedrático de historia José Martínez Millán, de la Universidad Autónoma de Madrid, ha desvelado en un reciente congreso en Cáceres las nulas posibilidades que tenía Cervantes de brillar como deseaba en la Corte del segundo Felipe desde antes de su Galatea, en 1585, sus pequeñas ambiciones y su constante fracaso.

En el otro extremo, el montaje teatral Pingüinas de Fernando Arrabal incomodó en 2015 a sus espectadores con el espectáculo del comercio erótico y la inteligencia de las Cervantas, es decir, las parientas del autor, travestidas por Arrabal en moteras de Valladolid. Porque hace tiempo que sabemos que esas diez mujeres se dedicaron al amor venal y que las más entradas en años eran terceras de las jóvenes. Sin duda, estos tratos debieron influir en las raras relaciones de Miguel con las mujeres, y no menos recuerdos le quedarían de las mañas de su abuelo Juan como abogado del fisco de la Santa Inquisición, ayudante del inquisidor Lucero, teniente de corregidor, alcalde mayor y otros puestos en Alcalá de Henares, Córdoba, Toledo, Cuenca o Guadalajara, entre otros lugares. Los documentos lo pintan como un justicia arbitrario y levantisco, pero astuto y hábil para torcer las leyes a su favor. Notables fueron sus tercerías entre el mujeriego Duque del Infantado y la bella gitana María Cabrera, una historia rocambolesca que podría guardar relación con novelitas ejemplares como La gitanilla o La ilustre fregona, en especial si recordamos que el Duque se amancebó con María y le regaló después una posada para que dejara su vida como volatinera de pueblo en pueblo. Y una generación más tarde, el vástago ilegítimo de ambos, apodado justamente el Gitano, tendría amores con la hija de Juan y tía de Cervantes, amores consentidos por su astuto padre, que logró exprimir así la hacienda de los Mendoza. Así lo indican los documentos exhumados por Krysztof Sliwa, Daniel Eisenberg y otros estudiosos.

En fin, que nuestro hombre venía de una larga estirpe de judíos listísimos que rodaron por las tierras entre Córdoba y la Mancha; que sabía mucho de pleitos oportunistas y de mujeres de rompe y rasga que vendían su belleza repetidamente al mejor postor, un negocio del que él mismo terminaría viviendo. ¿Cómo no iba a ser un gran novelista de la humana comedia quien había visto todo eso y mucho más en su propia casa? Y, por lo demás, ¿cómo iba a casarse bien o a tener domicilio fijo quien venía de semejante estirpe de balas perdidas como su tío político Mendoza, de picapleitos que vivían a salto de mata como su abuelo, de busconas como su tía, sus hermanas y su hija, o de cirujanos itinerantes y acreedores perpetuos como su padre?

Pero, visto lo visto, vayamos mejor a sus libros: hay en ellos de todo, desde anti-prólogos paródicos hasta personajes de una novela que se inmiscuyen en otra distinta de la misma colección, desde pastores acaudalados hasta hidalgos dementes (como el pariente de su mujer, Catalina de Salazar), sin olvidar los analfabetos inteligentes, los falsos gitanos, las presuntas fregonas, un polaco enamorado de una moza zahareña como el Ortel Banedre del Persiles, varios pícaros por hobby, ladrones arrepentidos de serlo, moriscos expulsados pero españolísimos, señoritos indeseables, maleantes beatos, una española inglesa, un hitchcockiano celoso extremeño... En fin, un cúmulo de retratos tan de una pieza como inolvidables. Que yo recuerde, sólo Dickens, Galdós o Chejov fueron capaces de una hazaña parecida y lo fueron gracias a Cervantes, sin la menor duda.

Si dejamos a un lado las estupendas filaterías que los románticos y Unamuno quisieron ver en el Ingenioso hidalgo, esa y otras novelas contienen un almacén de humanidad, no porque sean trasuntos de personas reales —que a lo mejor también—, sino por ser absolutamente creíbles en sus humanísimas contradicciones: el bárbaro disforme que es Monipodio tiene extraños escrúpulos y sus matones no permiten que se apague la candelilla de su virgencita; el chulo Trampagos vela a su coima más productiva con verdadera lástima, aunque sin olvidar ni por un momento los buenos reales que le hizo ganar. Y el ejemplo supremo: don Alonso Quijano el Bueno no tiene apellido ni edad fijos, pero come las mismas lentejas que nosotros...

Esos son los valores, sobre todo literarios, que debemos buscar en las novelas de Miguel de Cervantes. Porque el de Lepanto no escribía para exaltar la moral de Trento como Mateo Alemán, ni para fustigar los vicios y la bobería ajena como Quevedo, sino para celebrar la pura invención novelesca, los libros de entretenimiento, la literatura como juego “sin perjuicio de tercero” y su amor perenne, aunque frustrado, por la poesía y el teatro. Logró así sustraerse al tenebrismo de la época: no hallamos en sus obras juicios finales ni discursos apocalípticos como los de Alemán, Suárez de Figueroa, Quevedo o Gracián. Rehuyó el sermón y la alegoría y prefirió tratar a sus personajes con simpatía, casi con afecto. Su familiaridad con el lector es tal, que en sus prólogos le habla de tú a tú, invitándolo a instalarse en la ficción como en su propia casa. Y, de hecho, desde 1605 todos nos mudamos al caserón de don Alonso Quijano en la primera página de la gran novela. Siempre explico a mis alumnos que ese hidalgo es el primer personaje de la novela universal cuya declaración de la renta, dieta y fondo de armario conocemos al dedillo. Así, el llamado Quijada o Quejana o Quesada resulta ser mucho más nuestro prójimo que Lázaro de Tormes con su regusto a doctrina social y a anticlericalismo, que el contradictorio Guzmán de Alfarache, que el desvitalizado Buscón don Pablos y que todos los pícaros que en el mundo han sido, porque mientras ellos nos sermonean o condenan implícitamente la sociedad en la que viven, don Alonso lucha por ser don Quijote: una persona completamente nueva, libre y hecha a la medida de sus deseos y sus lecturas, es decir, eso mismo que muchos hemos querido ser alguna vez.

Porque el viejecito desdentado y diabético que remató las mejores novelas del siglo XVII nos legó un repertorio de recursos narrativos de primer orden y lo hizo sin la petulancia de los grandes de su tiempo. Inventó, según mis cuentas, el relato policiaco y la novela gótica, alumbró la narración en forma de caja china, pergeñó las más graciosas parodias de los géneros novelísticos de moda en su tiempo e ideó —ahí es nada— el primer suplemento literario o la primera historia de la novela que conocemos en el “donoso y grande escrutinio” del capítulo sexto del Ingenioso hidalgo [34]. Incluso la desmemoria de algún personaje ayuda al narrador a inventar nuevos caminos para la ficción: Sancho Panza transforma la carta de amor de su señor a Dulcinea, escrita en el envés de una libranza de unos pollinos, en una grotesca parodia del amor cortés. Otras veces los personajes encuentran maletas abandonadas con otros libros en su interior —el Quijote es un verdadero libro de libros, según ya viera Américo Castro— [35], de paso un recurso del que echa mano Cervantes para dar publicidad a sus obras guardadas en un arcón. Porque esa novela es a la vez “crítica y creación, escritura e interrogación acerca de la escritura, texto que se construye sin dejar de ponerse nunca él mismo en tela de juicio”, como escribió Juan Goytisolo en sus Disidencias [36]. ¿A qué, si no, estos títulos de capítulos: “Donde se cuenta lo que en él se verá” (II, IX) y “Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia” (II, XXIV)?

Por eso también don Quijote, nada más comenzar la segunda parte de 1615, se interesa por la opinión que el primer lector de la novela impresa sobre su vida, el bachiller Sansón Carrasco, tiene sobre él; y después Cervantes entabla un juego parecido incluso con la falsa segunda parte de Avellaneda, cuando hace proclamar a su escudero, frente al falsario: “El verdadero Sancho Panza soy yo” (II, LXXII). Y todo eso en una novela especular que se hace y se deshace ante nosotros, en un relato que trata de cómo se escribe y se desescribe —o se tacha maliciosamente— el relato mismo. Porque la magna obra está llena de tantas tachaduras, reservas e intencionadas vueltas atrás que debería publicarse con el título y el nombre del autor tachados o entre paréntesis...

Pese a tantos trucos, el novelista sabía que era tal su capacidad de sugestión realista, de evocación de lo real-real, que no dudó en frenar esa novela en seco, con las espadas del Vizcaíno y don Quijote en alto, para despertar a propósito nuestra incredulidad como lectores y enfrentarnos con la búsqueda de su narrador por las traperías de Toledo hasta encontrar el resto de la novela, escrito en el árabe original... La broma es de tal calibre, que Unamuno llegó a la conclusión de que don Quijote, disfrazado de Cide Hamete Benengeli, ¡era el verdadero autor de la novela y Cervantes un mero escriba! [37]

La mayoría de los escritores actuales dice profesarle gran admiración, quizás por quedar bien, pero si verdaderamente lo leyeran descubrirían que sus relatos están llenos de trucos modernísimos o que, como dijo una vez el mentado Goytisolo, la novela actual “cervantiza sin saberlo” (Disidencias). Ese no es siempre el caso: el Pierre Menard de Borges es un experimento cervantino y un sincerísimo homenaje. Y cuando leemos el Quijote todos los que amamos la literatura querríamos ser Pierre Menard para poder volver a escribir esa novela, para sernos y sabernos mágicamente casi tan geniales como Cervantes.

Y, para terminar, unas pinceladas de bibliografía un tanto anticervantista, heterodoxa y, por lo mismo, muy cervantina: por lo pronto, encárese el lector con las novelas de Cervantes y léalas de una buena vez, justamente como el mejor antídoto contra las beaterías de la crítica literaria y los ditirambos de la cultura oficial; busque La lozana andaluza de Francisco Delicado (Venecia, 1528) y se imaginará lo que el Quijote podría hacer sido de haberse escrito en un país libre; relea el retrato de Dickens por C. K. Chesterton, con sus elogios a los personajes dickensianos, que valen igual para sus modelos cervantinos; repase las obras incompletas de Juan Goytisolo, y sobre todo sus ensayos sobre literatura; eche un vistazo a los Digestivos cervantinos de Ignacio Padilla [38]; y, por último, inspire fuerte y asómese al Manual de literatura para caníbales de Rafael Reig [39], que, aunque no devore a Cervantes, sí demuestra que los escritores —y los críticos— son antropófagos...



NOTAS

[1] Por ejemplo, el Presidente del Gobierno en funciones, don Mariano Rajoy, afirma conocer bien no sólo la obra de Cervantes, sino la de Ramón Llull, Juan de Mena, Diego de San Pedro, La Celestina y el clásico tomo de Erasmo y España de Marcel Bataillon: véase “Rajoy y sus negros literarios: lee a Llul, Bataillon y Riquer”, en http://espiaenelcongreso.com/2016/03/18/rajoy-negros-literarios-lee-llull-bataillon-riquer/

[2] Vida de don Quijote y Sancho, Alberto Navarro, ed., Madrid, Cátedra, 1988, p. 136.

[3] “Epílogo, si se quiere”, en Con Cervantes, Madrid, Espasa, 1947, p. 212.

[4] Cervantes y los casticismos españoles, Madrid, Alianza/Alfaguara, 1974, p. 24.

[5] Las vidas de Miguel de Cervantes, Barcelona, Folio, 2004 [1993], p. 13. El gran Rafael Azcona fue más lejos cuando se negó inicialmente a adaptar el Quijote para la escena: "Me da miedo porque los cervantistas son animales peligrosísimos (citado por M. Scaparro en Rafael Azcona-Imprescindibles, TV2, 20-6-14, minuto 30).

[6] Id., pp. 134 y 143-144.

[7] Veáse el libro de Simon Critchley y Jamieson Webster, The Hamlet Doctrine, Londres-New York, Verso, 2013.

[8] Madrid, Cátedra, s. a. Muchas ideas de Ortega en sus Meditaciones del Quijote (1914) son, como suyas, fecundas aún hoy: así, por ejemplo, el Quijote como libro-escorzo por su profundidad, que debe asimilarse mediante un “intelligere” o un “leer pensativo”, frente a la lectura superficial de la crítica (cit., p. 119).

[9] Últimamente reivindicado con buenas razones por Diego Martínez Torrón, en “La polémica de Díaz Benjumea”, Sobre Cervantes, Alcalá de Henares, CEC, 2003, pp. 115-124; también en la red: http://cvc.cervantes.es/literatura/cervantistas/coloquios/cl_X/cl_X_28.pdf).

[10] Expuesto en los numerosos estudios de Leandro Rodríguez y en alguna web turística, por caso: http://photoxibeliuss.blogspot.com.es/2010/07/ruta-de-don-quijote-de-la-mancha.html

[11] http://www.castillalamancha.es/clm/unlugarparavisitar/tierradelquijote. Existe una colección de obras de erudición cervantina localista anunciada en http://tierradelquijote.blogspot.com.es/p/el-proyecto.html

[12] Véase su página: http://dominique-aubier.com/crbst_3.html

[13] José M.ª Pemán, La historia de España contada con sencillez, Madrid, Homo Legens, 2010 [1950], p. 210. Y no se olvide que esa editorial pertenece al Grupo Intereconomía.
 
[14] Las vidas..., p. 104.

[15] Como aclaro en mi trabajo “Tristes tópicos cervantinos: periferia e identidad en algunos acercamientos posmodernos a Cervantes”, Anales cervantinos, 44 (2012), pp. 247-278. Mucho más razonable es que la ficción lleve a don Quijote a Buenos Aires, como, por ejemplo, ocurre en la reciente novela de Claudia Daneu, El Ángel de don Quijote (Lulú, 2010).

[16] Véase la crónica: “Els Joglars traduce a su combativo lenguaje El retablo de las maravillas” (http://elpais.com/diario/2003/12/31/cultura/1072825202_850215.html).

[17] http://www.elsjoglars.com/produccion.php?idPag=manhattan; también http://www.madridteatro.eu/teatr/entrevistas/entrevista090.htm

[18] La invención del Quijote y otros ensayos, Madrid, Asociación de Libreros de Lance, 2005 [1931], p. 71.

[19] “En un lugar de Valencia, de cuyo nombre quiero acordarme. El enigma se desveló por fin y el Cervantes de la falla Quart-Extramuros-Velázquez se convirtió en el Ninot indultat de 2014, una emocionante victoria (...)” (http://www.lasprovincias.es/v/20140316/valencia/cervantes-salva-fuego-20140316.html).

[20] Compárese el nivel de nuestras polémicas anatómico-forense-cervantinas con la exposición “Searching for Shakespeare” en la National Portrait Gallery de Londres (2006), y con la propiedad del debate en The Guardian y TLS sobre los retratos de Shakespeare (con varios artículos de Catherine Duncan-Jones y Germaine Greer entre 2006 y 2011). En su día, la prensa española comentó la escasez de los homejanes a Cervantes en 2016 con la abundancia de las conmemoraciones inglesas de Shakespeare: así, Jesús Ruiz Mantilla, en “Mucho Shakespeare y poco Cervantes”, El País, 27-1-2006 (http://cultura.elpais.com/cultura/2016/01/26/actualidad/1453827406_623379.html).

[21] A veces muy extrañas: se anuncia un carísimo Quijote Manuscrito y Políglota en dos gruesos tomos en folio ampliado, con todos los capítulos escritos a mano, cada uno de ellos por un cervantista o admirador de la obra de Cervantes (un total de 126 personas), traducidos a 67 idiomas —catalán, vasco, bable, mallorquín, gallego, inglés, alemán, francés, italiano, quechua, persa, espanglish, latín, malgache, amazigh, kurdo, árabe, hebreo, guaraní, armenio, etc.—, y con prólogo del inevitable José Saramago (Guadalajara, Aache, 2016).

[22] Así, el alma de Cervantes tomó la forma de una oferta de tapa literaria y un botellín de cerveza en la ruta Gastroletras, en el llamado barrio de las Letras de Madrid, en enero de 2016. Véase también http://viajar.elperiodico.com/25-rutas-gastronomicas-con-paradores/Centro/cocina_quijote.htm

[23] http://ahoraclm.com/2016/04/13/la-estrella-cervantes-hara-la-ruta-del-quijote-en-motocarro-desde-talavera/

[24] Por ejemplo, el Forum y Escuela de Escritores Alonso Quijano: http://www.culturalaq.es/escuela-de-escritores-aq/

[25] http://www.quixotes.com

[26] El Gremio de Hostelería de Alcázar de San Juan anunció en abril de 2014 El langostino andante, un evento de degustación (http://www.grupobaco.com/el-grupo-baco-y-el-gremio-de-hosteleria-de-alcazar-de-san-juan-unidos-en-el-langostino-andante/).

[27] El blog Viaje kitschotesco a través de Internet de Emilio Quintana desde Utrecht reúne algunos materiales curiosos: http://kitschote.blogspot.com.es. No menos curiosa fue la exposición de carteles publicitarios quijotescos: http://www.albacity.org/quixote/exposiciones/don-quijote-mas-alla-cervantes-alcala.htm

[28] Hazael G. González, El ingenioso hidalgo zombie don Quijote de la Mancha, ¿Palma de Mallorca?, Dolmen, 2010, del que el blog del Bibliófilo enmascarado anuncia una reseña (http://www.bibliofiloenmascarado.com/2010/08/12/leyendo-quijote-z-de-hazael-g/). También anuncian un Lazarillo Z, oportunamente firmado por Lázaro González Pérez de Tormes y subtitulado Matar zombies nunca fue pan comido, una Androide Karenina, una Isla del tesoro Z, Orgullo y prejuicio zombies y Sentido y sensibilidad y monstruos marinos (todo en  http://tienda.cyberdark.net/quijote-z-n18612.html). No sé qué sea El ingenioso bachiller don Cipote de las Sanchas (https://www.wattpad.com/story/975704-el-ingenioso-bachiller-don-cipote-de-las-sanchas) y me intrigan especialmente dos carteles expuestos en la red: uno de Don Cipote y Sancho Pajas (http://desmotivaciones.es/2676007/Don-cipote-y-sancho-pajas) y otro de Grand Theft Auto Lazarillo de Tormes (en http://desmotivaciones.es/u/oculto). Lejos queda ya la Quijota feminista, postestructuralista, protestataria y acompañada de un Sancho-perro de Kathy Acker (Don Quixote: Which Was a Dream, 1986).

[29] Hay reseña en http://aquivaletodo.blogspot.com.es/2013/03/don-cipote-de-la-manga.html. El elemento quijotesco de En un lugar de la Manga, del dúo Manolo Escobar-Mariano Ozores (1970) es aún más leve.

[30] https://www.youtube.com/watch?v=5MNPaH2M0lQ. Es útil el estudio de Jorge Gorostiza, “Provenza, Crimea... La Mancha. El paisaje de Don Quijote”, Nosferatu: Revista de cine, 50 (2005), pp. 55-64. Y puede consultarse también el blog Diario de un cinéfilo clásico, con un apartado sobre nuestras adaptaciones: http://diariocinefiloclasico.blogspot.com.es/2014/02/don-quijote-en-el-cine-don-quijote-in.html No son raras, en fin, las parodias de films conocidos en la red: http://www.fotolog.com/vitki/16104769/

[31] Véase una muestra en http://quijote.tv/index.htm

[32] Junto al quijotismo de brocha gorda ya desgranado más arriba, hay acercamientos historicistas tan loables como el Quijote interactivo de la Biblioteca Nacional: http://quijote.bne.es/libro.html

[33] Las vidas..., cit., p. 17.

[34] Unamuno pasó por alto este capítulo por considerarlo “crítica literaria que debe importarnos muy poco”, en la entradilla más breve de todo su libro (Vida, p. 192).

[35] “La palabra escrita y el Quijote”, Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 1958.

[36] “Lectura cervantina de Tres tristes tigres”, Disidencias, Madrid, Taurus, 1992, p. 235.

[37] Vida..., p. 525. El pasaje no tiene desperdicio y ha merecido un sinfín de comentarios...

[38] México, D. F., Universidad Iberoamericana, 2013.

[39] Barcelona, Debate, 2006.


 

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